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El camino de la ingenuidad: hacia la República reconquistada y la dependencia.

Serie de artículos de Agustín Lage:

El camino de la ingenuidad.

El camino del estancamiento.

El camino de la cultura.

Nuestros adversarios en las batallas de ideas de hoy (quizás de siempre) están en dos categorías:

  1. Los enemigos conscientes que saben que su accionar conduce a un país fragmentado entre una minoría de ricos anexionistas y una gran mayoría de pobres, y que presionan hacia eso de manera perversa presuponiendo que, si triunfan, ellos caerán del lado de los ricos. Hacia este grupo no van dirigidos nuestros argumentos. Las actitudes políticas de estas personas serán resistentes a cualquier lógica, porque no parten de razonamientos, sino de intereses egoístas. Han sido la base social —ínfima pero real y peligrosa— del terrorismo contra Cuba. Con ese grupo no es posible dar “batalla de ideas”, sino simplemente “batalla”, sin apellidos.
  2. Los ingenuos, que son inducidos a confundir iniciativa económica con propiedad privada, a confundir derechos humanos con tolerancia para actuar contra los intereses del país y al servicio de otro, a confundir debate abierto de ideas con puertas abiertas para la influencia masiva de la industria de la desinformación, y a ignorar el impacto del diferendo histórico con Estados Unidos y el bloqueo en el análisis de los asuntos de Cuba. Con esos podemos razonar y explicarles hacia dónde nos pueden llevar las ingenuidades. Esta categoría es más numerosa, y tiene raíces diferentes pero similares consecuencias.

La Constitución de la República de Cuba establece en su Artículo 27 que “La empresa estatal socialista es el sujeto principal de la economía nacional”, aunque reconoce la propiedad privada “que se ejerce sobre determinados medios de producción por personas naturales o jurídicas cubanas o extranjeras, con un papel complementario en la economía”. Y aclara en el Artículo 30 que “La concentración de la propiedad en personas naturales o jurídicas no estatales es regulada por el Estado, el que garantiza, además, una cada vez más justa redistribución de la riqueza, con el fin de preservar los límites compatibles con los valores socialistas de equidad y justicia social”.

¿Cómo sería nuestro futuro si permitimos que decisiones aparentemente eficientes y racionales a corto plazo y en contextos locales, vayan expandiendo poco a poco el espacio de la propiedad privada hasta erosionar el papel central de la propiedad social? Obviamente, habría concentración de la riqueza en pocas manos. Nadie se sorprenda: eso es lo que han producido siempre, y en cualquier parte, las leyes del mercado y la apropiación privada de la riqueza socialmente construida. Más aún, se reinstauraría en el pensamiento colectivo una especie de “cultura de la desigualdad” que la legitime como algo permanente y la perpetúe a través de la desigualdad educativa.

El 8° Congreso del Partido Comunista de Cuba, reforzó esta idea al expresar en el Informe Central que: “La ampliación de las actividades de las formas no-estatales de gestión no debe conducir a un proceso de privatización, que barrería los cimientos y las esencias de la sociedad socialista construida a lo largo de más de seis décadas […] no puede olvidarse jamás que la propiedad de todo el pueblo sobre los medios fundamentales de producción constituye la base del poder real de los trabajadores”.

¿Cómo sería el futuro si una clase de propietarios privados tuviera en sus manos el poder económico? ¿Acaso no reclamaría en algún momento cuotas crecientes de poder político? ¿No actuaría un eventual poder político vinculado a la riqueza, en contra de la soberanía nacional? Es lo que nos enseña la historia: Cuba en el capitalismo dependiente nunca tuvo una gran burguesía realmente nacional. Fue siempre mayoritariamente una burguesía anexionista. Volvería a serlo si le damos la ocasión.

Tenemos y tendremos una economía abierta, porque somos un país pequeño que debe valorizar la riqueza creada en transacciones económicas internacionales; pero los actores económicos principales en el mundo capitalista exterior son empresas privadas. ¿Acaso no privilegiarían esos actores sus relaciones con un sector privado interno?. Eso fue lo que dijo, alto y claro, el presidente estadounidense Barak Obama durante su visita a Cuba en 2016.

Esa opción equivale a transitar hacia una economía privada, concentradora de la riqueza, que sobrepase y margine la economía estatal socialista, que es la que distribuye riqueza.

Un componente importante de las presiones externas que recibe la economía cubana consiste en inducirnos a que permitamos la ampliación de las desigualdades. ¿No fue eso exactamente lo que ocurrió en Rusia en 1992, cuando el abandono del socialismo y la avalancha de privatizaciones pusieron la economía en manos de oligarcas y mafiosos?

Como explica el compañero José Luis Rodríguez en su libro El Derrumbe del Socialismo en Europa (Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2014), se estima que en Rusia el 30 % del capital inicial del sector privado tuvo un origen de naturaleza criminal. Se privatizaron 122 mil empresas en 2 años; se fugaron al exterior entre 50 mil y 100 mil millones de dólares. El peso del sector privado en el PIB pasó de 5 % en 1990, a 70 % en 1998. El PIB decreció 23 %. El salario real bajó 68,3 %. La producción industrial descendió 54 %. La esperanza de vida en los hombres descendió de 65,5 a 57,3 años. La tasa de homicidios se triplicó.

Ese proceso tuvo raíces en la historia económica y política de la URSS, pero no fue un proceso completamente endógeno. Incluyó la labor de asesores estadounidenses y europeos, y de organismos internacionales como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. En la transición, como era de esperar, surgieron unos pocos nuevos ricos y supermillonarios, y también obviamente, muchos “nuevos pobres”.

Los primeros pasos hacia la privatización y la economía de mercado se dieron en países de Europa del Este a nombre de la racionalidad económica y la eficiencia; pero esa es una racionalidad orientada a la maximización de las ganancias de los propietarios y limitada al incremento de la productividad de la población “efectivamente empleada”, no de toda la población. Los excluidos (desempleados o en trabajo precario) no están en el denominador con el que se calcula la productividad de las empresas. No puede haber garantía del derecho al trabajo y mucho menos de la equidad social, sin una intervención sistemática del Estado en las relaciones económicas.

Los peligros de la ingenuidad están también en la esfera ideológica, la educación, la cultura y los medios de comunicación.

¿Cómo sería nuestro futuro si, en el marco de la imprescindible (y deseable) diversidad de opiniones y críticas en los medios de comunicación, se abriese una grieta para desvalorizar nuestra historia, deslegitimar nuestra soberanía, justificar desigualdades sociales, y promover la banalidad y el individualismo? ¿Sería este un debate de ideas al interior de nuestro país o sería influido y financiado de manera sesgada por el inmenso poder de la industria de la información estadounidense? ¿Cómo moldearían esos poderes la conciencia social de las futuras generaciones de cubanos? ¿Sería un debate de ideas que apela a la razón o una guerra de imágenes que apela a los reflejos primitivos del ser humano?

Todo esto podría ocurrir en Cuba si una inmensa ingenuidad colectiva nos indujese a movernos en esa dirección. Por este camino conseguiríamos quizás algo de prosperidad para algunos, pero no podríamos mantener la equidad social, ni la soberanía nacional. Es uno de los futuros posibles y los cubanos, mayoritariamente, no queremos ese futuro. Tampoco lo vamos a permitir.

Por supuesto, y lo sabemos, que también hay ingenuidades y grandes peligros en el otro extremo de las actitudes, que conducen al estancamiento y al aislamiento de nuestra economía. Pero esos los vamos a exponer en la nota de la semana próxima.

Tomado de Cubadebate

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