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Tamara Lobaina Rodríguez: “Yo iba a ser artista”

Tamara Lobaina Rodríguez.

Acompañó su niñez, adolescencia y juventud con canto, baile y alguna actuación en obras de teatros. Pero, el interés por las ciencias, en especial la química, la llevó a convertirse en ingeniera. Actualmente dirige BioCen, uno de los mayores centros científicos del país, que este 14 de agosto cumple el 30 años de creado, y es uno de los primeros en ser declarado empresa de alta tecnología en Cuba

Me habían advertido que era reacia a conversar con periodistas, y así me lo hizo saber cuando nos encontramos aquella tarde. Sin embargo, pocos minutos después de comenzar la entrevista, dejaba atrás sus recelos.

Tamara Lobaina Rodríguez es una mujer que ha asumido muchos restos en la vida, ríe con gusto y su voz adquiere un tono profundo si habla de algo que le apasiona, lo que sucede con frecuencia.

“Yo quería ser artista. Me gustaban mucho el baile y el canto. Incluso, mi papá me llevó a la escuela de arte a examinarme y aprobé. Pero a mi abuela no le gustó la idea y dijo que no”.

Más tarde llegaría su interés por la ciencia. Estaba en octavo grado y el mundo de las fórmulas y elementos químicos la atrapó. No obstante, fue en el preuniversitario cuando decidió que esa asignatura sería el centro de su quehacer profesional. En duodécimo grado pidió como primera opción la carrera de ingeniería Química en el Instituto Superior Politécnico José Antonio Echeverría (CUJAE), hoy Universidad Tecnológica de La Habana.

“En aquella época no se hacían pruebas de ingreso, solo tenían en cuenta los puntos acumulados en el escalafón. Yo era el número diez y no tuve contratiempos para obtenerla”.

Nana de la abuela

Oriunda de Quivicán, en la otrora provincia La Habana, Tamara cuenta que vivía con su abuela Amada, lo que le gustaba mucho.

“Ella era ese tipo de señora antigua que hay en las casas. Tuvo ocho hijos, pero de entre todos los nietos, yo era la preferida. Lo que significa que me crié en un ambiente donde el cariño y las enseñanzas eran excesivas.

Tamara Lobaina Rodríguez: “Yo iba a ser artista”
Junto a su abuela Amada, la mujer más importante en su vida.

“La mayor parte de mi vida estuve con ella, pues mi mamá era maestra y muchas veces debía ir con su escuela a Tarará durante largos periodos.Eso propició que desde pequeña aprendiera a coser, tejer, a organizar una casa y a limpiar y lavar. Yo adoraba estar con mi abuela”.

Al nacer su hermano pequeño, su mamá permuta para la capital, mas, la adolescente prefiere quedarse en Quivicán, con Amada y los amigos.

Sin embargo, al poco tiempo de comenzar su carrera en la CUJAE su abuela fallece repentinamente y Tamara va a vivir al habanero barrio de Santo Suárez.

“Al perderla me sentí frustrada; no le encontraba sentido a mi vida sin su presencia. Ella abarcaba casi todo. Y no quise estudiar más. De hecho, pensé retirarme de la universidad al terminar el primer semestre”, recuerda.

“Incluso,mi hermano mayor y mi mamá conversaron conmigo, pero no me sentía con deseos de seguir en ese proyecto. La persona a la que yo quería demostrarle que podía ser independiente y una profesional ya no existía.

“No obstante, las muchachas que habían empezado el curso conmigo fueron a buscarme a la casa. Ellas hablaron con mi mamá y le dijeron que yo no iba a rendirme y que seguiría estudiando”.

El amor después del amor

“No fui una persona de muchos novios. Había tenido uno solo en el preuniversitario, pero terminó, porque él pensó que, al acabar la escuela, yo iba a ser una ‘guajira de la casa’. Mas yo tenía un compromiso con mi abuela y era continuar a la universidad.

En cuarto año de la carrera Tamara va a Quivicán a visitar a una amiga. “Ella me convenció para ir a las charangas de Bejucal. Ese es un pueblo muy festivo y de tradiciones culturales arraigadas. Yo nunca había visto carrozas, congas… y quería aprenderlo todo. Y esa noche conocí a un muchacho.

“Pensé que no trascendería. Sería solo bailar y hablar un poco, sin embargo, ese muchacho se ha convertido en mi compañero de toda la vida. Ya llevamos más de 30 años juntos. Él me complementa. Prácticamente nos graduamos juntos, yo en ingeniería Química y él en licenciatura en Cultura física”.

Con él tiene dos hijos y han tenido que enfrentar decisiones difíciles, para sacar adelante a la familia que crearon juntos.

Tamara Lobaina Rodríguez: “Yo iba a ser artista”
Yoel constituye un apoyo incondicional para Tamara. La acompaña en cada proyecto que emprende

“Estábamos en pleno Periodo Especial cuando salí embarazada. Mi suegro era quien nos ayudaba económicamente porque nuestros salarios no alcanzaban.

“No obstante, al fallecer, Yoel toma la decisión de dejar su trabajo y continuar la labor de su papá en la finca. Al principio sufrí porque el deporte era su mundo, mas, había un niño que criar.

“El primer año todo salió mal. A él no le gustaba el campo y no lo entendía. Después la situación fue mejorando y se convirtió en un campesino próspero”.

Cuando llega su segundo hijo en el 2000, las condiciones eran diferentes. Ella podía estar más tiempo de licencia de maternidad y disfrutar de su bebé sin preocupaciones.

“Me di cuenta que estaba embarazada en medio de la preparación de mi tesis de maestría. Yo tenía que viajar constantemente a Villa Clara y Ciego de Ávila, que eran las provincias donde se impartía Fisiología vegetal. Allí debía estar largos periodos montando los experimentos.

“Criar al segundo muchacho para mí fue más cómodo. Ese es un año donde uno puede descansar. Yo había trabajado mucho para poder realizar mi tesis y me vino muy bien.

Para Tamara, su familia es el centro de su vida. “Mi hijo mayor se graduó en 2021 de licenciatura en Economía. Actualmente trabaja en CIGB Mariel.

“Está allí viendo crecer un centro como me pasó a mí con BioCen. Ojalá le cautive igual. El más chiquitico está en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI). Acaba de terminar su primer año y ahora cursa el segundo”.

Número 416

Tamara Lobaina comienza a trabajar en el Centro Nacional de Biopreparados (BioCen) en agosto de 1992, diez días después de ser inaugurado. Aunque había recibido tres opciones de ubicación, la decisión de trasladarse a esa institución estuvo condicionada por su amor a Yoel.

“Al graduarme me dieron a escoger entre el Grupo Empresarial Labiofam, el Centro Nacional para la Producción de Animales de Laboratorio (CENPALAB) y BioCen en Bejucal.

“Sabía que no viviría con mi mamá en La Habana por lo que Labiofam no era una alternativa, y en CENPALAB estaba mi papá. Además, como me mudaría a Quivicán,viajar desde allí hasta Bejucal era más fácil.

“Fui la trabajadora 416, número que aún conservo.En aquel entonces, el director (también joven) estaba reestructurando el centro desde el punto de vista funcional.

“Por tal motivo, quienes acabábamos de empezar teníamos que rotar, cada 15 días, por una dirección diferente. Al finalizar los tres meses que duraba ese proceso, nos darían la ubicación definitiva”.

En BioCen, Tamara conoce a Raisa Zhurbenko, quien dirigía el departamento dedicado a la microbiología,dentro de la Dirección de Investigaciones, hoy área de Investigación y Desarrollo.

“Ella es una persona muy organizada en lo laboral. Hace que el tiempo sea aprovechado de manera adecuada e insiste en la preparación profesional.

“Aunque durante mis estudios universitarios solo había recibido microbiología un semestre, al principio estuve vinculada a proyectos relacionados con el diagnóstico microbiológico, por lo que me inserté a los laboratorios de la red de salud pública donde se realizan los estudios clínicos a las personas. Raisa ponía retos que nos hacían crecer y superarnos”.

En 1997 la vida profesional de Tamara dio un giro inesperado. “Comenzó a hablarse en el país de biotecnología vegetal, a raíz de la multiplicación de biofábricas. De ahí que a la dirección del centro le pidieran que desarrollara medios de cultivos destinados a la micropropagación in vitro de papa, caña, plátano, entre otros, tarea para la que fui asignada.

“En un principio eso rompió los esquemas que me había trazado. Tenía que convertirme en bióloga de cultivos.Ya la microbiología había sido difícil al aprender lo que eran las bacterias grampositivas y gramnegativas…, pero la nueva encomienda sí no tenía nada que ver con la ingeniería Química.

“Para eso cursé una maestría sobre Fisiología vegetal.Las plantas son los seres vivos más especiales que han surgido porque pueden vivir sin el ser humano. Además, independientemente de lo agresivas que sean las condiciones ambientales, ellas encuentran métodos para subsistir”.

Sin embargo, la complejidad de la materia y los varios suspensos (por primera vez en su vida) hacen que casi abandone.

“Había una asignatura llamada Nutrición mineral y cuando fui a examinarla el profesor me reprobó. Dijo que no estaba lista y que tenía que volver a estudiar. Así en dos ocasiones. Al final, con su ayuda y mucha investigación, logré graduarme”.

De que callada manera…

Tamara Lobaina Rodríguez desafía algunos estereotipos que hay en torno a la religión. Para ella no hay contradicciones entre la importancia de la ciencia y tener fe en Dios u otras deidades. Conocer la historia de la vida de Félix Varela y otros patriotas fue el inicio de ese camino.

“Varela era católico, pero también un erudito. Tuvo una vida muy fructífera. Preparó el primer laboratorio de física y química que hubo en el país, para la enseñanza de la ciencia mediante la experimentación. Asimismo, renovó la educación de la época. Es alguien a quien admiro mucho y me siento identificada con su pensamiento”.

No obstante, es durante el aniversario de la Virgen de la Caridad del Cobre, cuando se percata que siente coincidencias con aquellas personas que habían practicado el catolicismo.

“Ese año la efigie es llevada por el país en una peregrinación. Como en otros lugares, cuando arribó a Bejucal convocaron a las personas para que la vieran. Cuando llegué, el Padre estaba dando una misa donde hablaba de la virgen mambisa. Yo jamás había escuchado eso y quise saber por qué le decían así.

“Después tuve interés en aprender a leer la Biblia y fui a la iglesia y pedí pasar un curso. Ese no es un libro como los demás, que uno empieza en la primera página y continúa hasta el final y lo va entendiendo.Tiene sus particularidades.

“No fue suficiente. Quería saber qué era el catecismo. En mi casa nunca nadie fue religioso, tampoco hubo estampillas. La más devota fue mi abuela y solo ponía un vasito de agua debajo de los retratos de los fallecidos.

“Pero en mí comenzó a surgir un llamado. Sentía que quería estar al lado de Jesucristo e ir todos los domingos a la iglesia y ser partícipe de esas bendiciones.Tanto estudié que casi fui una alumna aventajada y el Padre me invitó a bautizarme.

“Yo le pregunté si no era muy vieja, pues tenía alrededor de 37 años. Me dijo que no y que para hacerlo debía aprobar unos exámenes, pero posiblemente no tenía que pasarlos.

“En esas pruebas se evalúa la comprensión que uno tiene de la Biblia, cómo aprendes a pensar más en los demás que en ti, a observar lo grande que es el mundo desde los detalles. Cómo todo engrana y las afectaciones del medio ambiente al final las sufre el hombre. No juzgan cómo rezas, si te aprendiste el rosario o si te sale una plegaria de pronto.

“A veces las personas piensan que un religioso es alguien que constantemente está diciendo ¡gracias a Dios!, ¡ay Dios Mío!Pero es una filosofía de vida, una concepción de que lo material no es todo lo que importa.

“Mi esposo a veces me dice que debo tener muchos conflictos en mi cabeza y que no sabe cómo los voy a arreglar; pero que él está allí para acompañarme en ese camino”.

Segunda cita

Tamara regresa a BioCen en 2001 después de un año de licencia de maternidad. Nuevos objetivos científicos se perfilaban en el centro. Los medios de cultivos para plantas ya habían sido materializados, por lo que debía incorporarse a una nueva línea de investigación.

Tamara Lobaina Rodríguez: “Yo iba a ser artista”
Con colegas del Instituto Finlay de Vacunas y trabajadores de BioCen

“El interés recaía en los medios cromogénicos, sobre todo los relacionados con levaduras (entre ellas las cándidas por ser las que aparecen generalmente en los pacientes con VIH-Sida) y los hongos.Debido a eso me involucro con el Instituto de Medicina Tropical Pedro Kourí (IPK).

“De esa institución me enamoró la forma de concebir el trabajo, las personas con las que mantuve contacto y la profesionalidad en la manera de conducir los estudios”, señala.

“Fue un trabajo que también me vinculó a varios hospitales de maternidad porque durante el embarazo, a aquellas mujeres a las que les bajan las defensas,se les exacerba la aparición de candidiasis”.

En ese escenario de estudio, dos especialistas de experiencia (la Dra. Alina Llop Hernández y el profesor Carlos Fernández) la alentaron a hacer su tesis de doctorado en el desarrollo de métodos alternativos para el diagnóstico de candidiasis, utilizando esos medios cromogénicos.

En 2010 la investigadora obtiene su título de Dra. en Ciencias de la Salud y vuelve a dedicarse a la microbiología.

“Cuando pensé que los retos habían terminado para mí, en 2016me piden acompañar la dirección adjunta de BioCen. Al inicio creía que no sería la persona elegida, pues era la segunda opción. Por eso fue una sorpresa cuando dijeron que el currículo aprobado era el mío”.

“Cuando asumí el cargo en abril de 2017, muchos lugares dentro de la institución eran desconocidos para mí, pese a llevar 25 años allí. Visitaba diferentes centros de investigaciones, hospitales, pero dentro de Biopreparados no me movía ampliamente.

“Ahí estuve hasta que en 2019 paso a la dirección general. Mi segundo al mando es un muchacho joven, con el que tengo mucha empatía. Se ha convertido en mi brazo derecho.

“En la mañana nos dividimos las tareas del día o del resto de la semana. Recorremos todas las áreas y conversamos con los trabajadores. Y aunque discutimos con ellos de las complicaciones laborales, también sabemos de las dificultades que enfrentan en casa. A veces digo que uno carga con 927 problemas, uno por cada empleado”.

Cooperación en tiempos de pandemia

La covid puso a prueba la fortaleza del sistema de ciencias cubano, así como de los trabajadores que en él trabajan. Entre los centros que tuvieron un papel protagónico estuvo BioCen.

“Nuestra fortaleza fue que el 72 por ciento de la fuerza laboral de la institución es de Bejucal, pues tuvimos que cerrar las fronteras con la capital y otros municipios.

“Pese a esto, enfrentamos complicaciones porque los mayores de 60 años, los enfermos crónicos y las madres con niños pequeños tuvieron que quedarse en casa. Al final, solo contamos con el 68 por ciento de los obreros para hacer diez productos, indispensables en el tratamiento de la covid (entre medicamentos nuevos y otros que existían).

“Hubo que multiplicar las capacidades productivas, preparar materiales y trabajar largas jornadas para poder llevar todo a cabo”.

En medio de esa situación (enero 2021),Tamara contrae la enfermedad. “Fui la segunda contagiada de BioCen. Me enteré en uno de los controles que nos hacían a quienes nos reuníamos con el presidente Miguel Díaz-Canel.

“Enseguida me ingresaron en el IPK, pero yo me sentía bien y decía que eso tenía que ser un error. Me repetí la prueba varias veces y en todas di positivo.

“Pude llevar el trabajo desde el hospital debido a mi director adjunto. Me llamaba todos los días y coordinábamos lo que iba a hacerse por esa vía. Fue difícil, no obstante, tenía que entregar informes periódicamente y la fabricación, en particular, de la línea de vacunas Soberana no podía salir mal.

Tamara Lobaina Rodríguez: “Yo iba a ser artista”

“Esa operación, que de pronto parece algo rutinario (formulaciones, llenado, inspección, envase final, etiquetado), tiene detrás un complejo sistema desde el punto de vista de ingeniería, transferencia de escala pequeña a industrial.

“Más toda la responsabilidad que lleva consigo el tener de un ingrediente farmacéutico un producto terminado, que debe ser licenciado por el Centro para el Control Estatal de Medicamentos, Equipos y Dispositivos Médicos (CECMED).

“Por eso nos sentimos partícipe, desde la producción,de los logros obtenidos con las vacunas y otros medicamentos. También de otros resultados como ser vanguardias nacionales, recibir la Orden Carlos J. Finlay y convertirnos en una de las primeras empresas de alta tecnología del país.

“La calificación la recibimos del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente (CITMA) porque demostramos el potencial científico que existe en el centro. Para ello entregamos un expediente con la relación de las investigaciones, proyectos, los métodos de introducción al mercado de productos terminados, los servicios de producción y de i+D y los servicios analíticos”.

Tamara Lobaina Rodríguez quiso ser artista; pero la vida la llevó a cambiar el canto y el baile por matraces y pipetas. Por otra forma de arte que contribuye a sanar el cuerpo.

Tamara Lobaina Rodríguez: “Yo iba a ser artista”

Asumir la dirección general del Centro Nacional de Biopreparados, la convierte en una de las pocas mujeres con la responsabilidad de gestionar un lugar que reúne investigación, desarrollo, elaboracióny comercialización de productos farmacéuticos.

Tomado de Juventud Técnica

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