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Vacunas cubanas: Breve historia de un reto y una hazaña

El 19 de mayo de 2020, el presidente Miguel Díaz-Canel pidió la hazaña de las vacunas a un grupo de científicos cubanos.

El reto fue lanzado un día como hoy, hace tres años, y uno se pregunta por qué de repente parece que fue hace diez, o tal vez 15. Ciertamente, el tiempo pone trampas a la memoria, más cuando ha parecido discurrir cuesta arriba, contra la fuerte ventisca de una pandemia y sus secuelas en la economía. En cualquier caso, si con supuesta objetividad nos ponemos a sacar cuentas e intentamos desentrañar cómo fue posible crear en tan corto lapso hasta tres vacunas contra la COVID-19, puede que los números no nos cuadren. 

Pero ahí está el resultado; la realidad objetiva oponiéndose a la apreciación subjetiva. Desde aquel 19 de mayo de 2020, cuando nuestro Presidente Miguel Díaz-Canel pidió la hazaña a un grupo de nuestros científicos, han pasado apenas 36 meses, y no solo el horror de la pandemia ya nos parece algo muy remoto, sino que, asimismo, tenemos la percepción de que lo sumamente difícil, lo que lleva mucho talento y sacrificio, ha sido en extremo sencillo de lograr.

A las trampas del tiempo yo suelo aplicarle un tratamiento homeopático: trampas contra sus trampas. Procuro buscar momentos memorables en el recuerdo, para que estos me remonten a una situación determinada, y así evocar el fenómeno en toda su magnitud. Por ejemplo, ahora recuerdo aquel tuit en el que un grupo de científicos posaba eufórico, y debajo el mensaje que, a pesar de lo críptico, sonaba esperanzador.

En realidad se trataba de una meta intermedia ganada en el espinoso camino que aún faltaba por recorrer; el alentador resultado de una prueba que permitía seguir avanzando en los experimentos; pero a la mañana siguiente ya no fue tan descorazonador el parte del doctor Francisco Durán. Los casos de la COVID-19 seguían aumentando en toda la geografía del país; el esfuerzo de nuestros médicos era titánico; pero aquel tuit fue, de algún modo, una vacuna sicológica que levantó defensas en el ánimo.

Ya para finales de agosto de 2020 se anunciaba el primer candidato vacunal cubano llamado Soberana. Habían trascurrido apenas tres meses desde aquel pedido de nuestro Presidente, pero aquí urge mencionar el genio de Fidel, principal impulsor de la biotecnología en Cuba. No era un candidato vacunal surgido de la nada, sino consecuencia de muchos años de investigación que antes permitieron la creación de exitosas vacunas propias contra diversas enfermedades, algunas de ellas únicas en el mundo. Desde la inmensidad, Fidel estaría mirando satisfecho.

A la par de los ensayos clínicos: primera, segunda y tercera fases; seguían aumentando los casos de la COVID-19: mil, 2 000, 3 000 y muchos más por día. Una bien engrasada maquinaria mediática cuestionaba la decisión cubana de producir sus propias vacunas, y procuraba crear mayor desasosiego entre los cubanos.

Pero en mayo de 2021, justo un año después de que nuestro Presidente lanzara el reto a los científicos, comenzaban los masivos estudios de intervención sanitaria que, finalmente, alcanzaron a más de tres millones de personas. De manera oficial ni la Abdala ni la Soberana eran todavía vacunas, pero todos entendemos que ello era solo una formalidad: el milagro estaba por revelarse.

Ahora busco información, y leo que, por esa misma fecha, la prestigiosa revista médica Lancet denunciaba la estafa que estaba resultando ser el tan promocionado mecanismo Covax. Mediante esa iniciativa, supuestamente los países de menos recursos podían acceder a vacunas, ¿pero cuándo, en la historia de la humanidad, fueron solidarios los poderosos de este mundo? Siempre hubo claridad en la máxima dirección del país: teníamos que salir adelante con nuestras propias vacunas.

¿Cuántos miles de cubanos más hubieran muerto si no las hubiésemos desarrollado? Recuerdo que, al principio de la pandemia, algunos agoreros nos asignaban hasta 300 000 víctimas. Nunca sabremos a cuánto hubieran ascendido; pero sí que el 9 de julio de 2021 la autoridad reguladora cubana autorizaba el uso de emergencia de Abdala, primera vacuna anti-sars-cov-2 desarrollada y producida en América Latina y el Caribe, y, desde entonces, la pandemia empezó a ponerse bajo control.  

Busco en la barra de Word cuántas líneas de texto me ha llevado sintetizar la hazaña: ¡Menos de 70! ¡Ven qué fácil se dice! La razón de semejante apreciación es sencilla: nuestros científicos no están permanentemente en la televisión mostrando sus éxitos, o escribiendo guiones para películas en Hollywood. No andan por ahí dramatizando en la ficción o en las redes sociales; están en sus laboratorios enfrentando nuevos retos, desarrollando otros fármacos con la misma entrega y modestia que les son proverbiales.

Tomado de Granma

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