Cerca de los 90, una canción se erigió en no pocas almas. En su letra, Eva, negada a derramar todas sus energías en el retiro hogareño, a cambio a veces solo del sustento, timonea su nave, y «remonta vuelo».
Un tiempo antes de que esta maravilla de Silvio se hiciera himno, otros mensajes también entonados ensancharon los ánimos de las cubanas. Ya sabemos cuánto puede afianzarse un argumento si se canta a coro, y está calado por la convicción y la evidencia. Aquel ¿Qué dice usted, que una mujer luce bien, / en el portal o en el sillón, / tejiendo su aburrimiento? / Si la historia nos grita otra verdad, en la voz de una Sara cronista y cantora de las proezas emprendidas, fue una especie de resolución, asumida por todas aquellas que añoraban entibiar su corazón al calor de la nueva sociedad, necesitada de la natural ternura y de la fortaleza femenina.
Y así fue. La Historia, la Era, la vida, los amaneceres, cada vez más claros, no solo gritaban otra verdad, sino que la construían.
Hacerlo no fue obra y gracia de un acto de magia. Si mágico pareció ser, a los ojos de la Isla, el gran día marcado en el calendario con el 1ro. de Enero de 1959, lo cierto es que nada de milagroso tuvo el triunfo revolucionario, que decidió un nuevo rumbo para la espiritualidad de la nación.
Calles ensangrentadas; amores de familia magullados para siempre; irreparables pérdidas; la renuncia de unos cuantos –sobran los ejemplos en nuestra Historia– a vivir del caudal de la estirpe o del estudio y el talento individual, para incorporarse a la lucha por la justicia social; el inmenso heroísmo puesto al servicio de una causa emancipadora… fueron páginas que hicieron que «todo lo que parecía imposible» fuera finalmente real.
Tristes eran las escenas que protagonizaba la mujer antes del día luminoso. Siglos de discriminación –léase desprecio, desvalorización, privación de derechos– se enquistaron en los años de dominio imperialista.
Triunfaba la Revolución y todo estaba por hacer. En 1960, cerca del 90 % de las cubanas eran amas de casa, y en el caso de las campesinas, llevaban una vida en condiciones infrahumanas.
El torbellino de acciones para paliar la situación social no detuvo a los revolucionarios. Había que crear centros laborales, prepararlas –pues un gran número de ellas carecía de conocimiento para incorporarse al trabajo–, se visitaron prostíbulos, para hacer que mujeres que no conocieron más vida que la de la venta del cuerpo, la abandonaran radicalmente; se realizó un censo en el que se debían comprometer a cuidar de su salud; se crearon, orientadas por Fidel, las Escuelas Nocturnas de Superación para Domésticas, en las que se aprendían diversos oficios. Era preciso suturar el espíritu de las que estaban heridas, y ponerlas a todas al tanto de lo que ellas podían alcanzar, mostrarles las luces de un nuevo camino absolutamente desconocido, en que la cultura adquirida y la dignidad harían mucho para erradicar tanta tristeza.
El convite a la nueva era tenía esencialmente un nombre: Vilma Espín. Ella fue el rostro señero de una organización en la que había pensado Fidel, quien ahora ponía en ella la responsabilidad de llevarla adelante. Nacía la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), el 23 de agosto de 1960, y solo los grandes desconocedores o los desmemoriados podrían negar el impacto de una epopeya que, como se ha dicho, significó «una revolución dentro de la Revolución».
«Al triunfo de la Revolución pensé que iría a trabajar, probablemente en las Fuerzas Armadas, o como ingeniera en algunas de las industrias donde hiciera falta. (…) cuando me plantean la necesidad de crear una organización femenina nacional me quedé un poco desconcertada. (…) Las compañeras me plantearon que yo tenía un nivel universitario, había sido una combatiente destacada y debía centrar los esfuerzos en la organización femenina, pues, de seguro, tendría aceptación por parte de todos los grupos… Bueno, consulté enseguida con Raúl, y su respuesta fue: “Trabaja en eso”».
Antes de fundar la FMC, tenía ya Vilma un puesto bien ganado en el sitial de las luchas heroicas de la Patria. Combatiente de la clandestinidad, nombrada por Frank coordinadora del Movimiento 26 de Julio en Oriente; luchadora en el Segundo Frente Oriental, en el que cumplió diversas responsabilidades. Sin embargo, la tarea que Fidel le ponía en las manos la convertiría en un símbolo de generosidad y entereza.
No podemos pensarla sin recordar a la jovencita con gráciles dotes para el arte, de brillante inteligencia, probada en su condición de Ingeniera Química –la segunda muchacha en graduarse de esta especialidad en la Isla–, que había nacido en un hogar sin penurias.
Muy lejos de los males que aquejaban a la mayoría, pudo haber evitado los sobresaltos de la lucha, en la que vio caer a compañeros queridos, lo que pudo también pasarle a ella; pudo haber vivido amparada por la solvencia económica de su hogar.
No consiguió su alma noble voltear la cara a lo que pasaba a su alrededor, y puso su férrea ternura en función de construir, dentro del árbol de la Revolución, poderosas ramas que siguen cobijando a las cubanas de estos días, incluso cuando, a fuerza de desconocer no solo la historia de su país –sino también la que viven tantas mujeres del orbe– las haya que digan que en Cuba no tienen la menor de las oportunidades.
Como la Eva de la canción, Vilma cambió la señal. Haber nacido en Revolución hizo de nuestra condición femenina una fortuna que no podrá arruinar la fuerza de los siglos. Cierto es que puede haber alguna que, tardía aún, apenas despierte de algún mal sueño; pero hay una actitud colectiva, labrada por más de 60 años de incansables batallas, que aprendió al dedillo el mérito nuestro, la valía propia a la que nos debemos, las maravillas otras que puede engendrar la mujer, cuando se sabe tenida en cuenta, apreciada y redimida.
La escena del sillón eterno y el yugo masculino sobre la mujer es algo cada vez menos perceptible. Amas hoy de sí mismas, algunas podrían no ser del todo conscientes de la talla alcanzada.
Bastaría un vistazo al mundo, tantas veces idealizado, para sentir orgullo de lo que hicieron de nosotras Vilma y su Federación, algo así como un blindaje que nos protege para siempre del sometimiento y la vergüenza.
Tomado de Granma
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