Hubiera estallado de indignación ante la arremetida de la oligarquía y los militares contra el proceso de cambio en la Bolivia de Evo Morales, seguiría a diario el pulso popular que enfrenta los dictados neoliberales en el Chile que transitó de norte a sur en tiempos de Salvador Allende, y compartiría la verticalidad de la inmensa mayoría de los venezolanos, bajo la conducción de Nicolás Maduro y bajo la inspiración de su entrañable amigo Hugo Chávez, para no ceder a las apetencias imperiales y sus lacayos.
A lo largo y ancho de nuestro archipiélago recorrería con los ministros provincias y comunidades, dialogaría con la gente en la calle, conocería de primera mano demandas y necesidades, debatiría cada propuesta hasta encontrar la más justa y exacta, y no dejaría de prestar atención a los problemas por grandes y graves, o pequeños y puntuales que sean.
Y encabezaría, quién si no, la resistencia y la voluntad de vencer de los suyos frente a la escalada desenfrenada y brutal del imperio en su afán por asfixiarnos. El General de Ejército Raúl Castro lo confirmó en Santiago de Cuba al conmemorarse el sexagésimo aniversario de la victoria de enero: «A 60 años del triunfo podemos afirmar que estamos curados de espanto, no nos intimidan el lenguaje de fuerza ni las amenazas, no nos intimidaron cuando el proceso revolucionario no estaba consolidado, no lo lograrán ni remotamente ahora que la unidad del pueblo es una indestructible realidad, pues si ayer éramos unos pocos, hoy somos todo un pueblo defendiendo su Revolución».
Fidel sobrevive. Nadie lo ponga en duda. En la continuidad del proceso, en su constante e indetenible renovación, en las nuevas iniciativas que se despliegan, en la solidaridad invariable con las causas más nobles, en el incansable laboreo por hacer del socialismo una posibilidad cierta.
Si queremos ser fieles a Fidel tendremos siempre que asumir su irreductible compromiso con el mejoramiento humano y la justicia social. Mirarnos en el espejo del muchacho que reaccionó tempranamente contra las desigualdades mientras crecía en Birán, del joven rebelde que en el juicio tras el asalto al Moncada nutrió su alegato con argumentos irrefutables acerca de las terribles consecuencias de la explotación y la falta de oportunidades de los desposeídos, del líder victorioso que inmediatamente luego de derrocar a la tiranía implementó la Reforma Agraria y auspició la presencia masiva de los campesinos en la capital, del Comandante en Jefe que en vísperas de Playa Girón llamó a defender «esta Revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes».
Necesitamos tener a Fidel presente en la conciencia y el corazón, porque como dijo el poeta en lúcida metáfora, él encarna el combate «contra la noche oscura, como un golpe de amor».
Fuente: Granma
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