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Cuba, de cómo Diego conquistó el mundo atómico

Diego Armando Martínez Ramírez cuenta la odisea que le llevó a ganar el oro absoluto en el certamen más prestigioso para estudiantes de preuniversitario en la región.

Fue Hércules un adalid de fuerza y astucia, algunos dirían la apuesta ganadora. Para los helenos de hace mucho tiempo, el mayor logro conocido fue el de este héroe legendario que, sin armas, solo con sus fuertes manos, logró estrangular a un monstruo de apariencia invencible.

Quizás la mitología griega atesore la sorprendente historia de Hércules derrotando al león, pero los espirituanos tenemos a Diego Armando Martínez, protagonista de una de esas anécdotas que desbordan la sorpresa.

Cuando por cuarta vez en su historia El Salvador se enorgullecía de ser el país anfitrión de la Olimpiada Centroamericana y el Caribe de Química (OCACQ), la competencia académica para estudiantes preuniversitarios más importante de la región, este joven espirituano logró hacerse del premio de la misma forma en la que el héroe: con poco más que su intelecto, su astucia y sus manos.

Relata que estuvo preparándose sin saber desde que inició en el mundo de las partículas y apretó fuerte en mayo y julio, en ocasión de la prueba para seleccionar el equipo. Llegó nervioso a El Salvador porque nunca había volado en avión y se hospedó en un hotel muy lujoso llamado Bahía del Sol.

En el certamen confluyeron siete naciones: la anfitriona, Venezuela, Guatemala, Honduras, Costa Rica, Panamá y Cuba, y un total de 22 estudiantes. Se respiraba, dice, un ambiente de camaradería y, sí, había nervios y se veían como rivales, pero construyeron una buena amistad. “Nos fuimos con el número de todos y hablábamos de casi todo menos de pruebas”.

Un domingo como cualquier otro, Diego se enfrentó al examen más complejo que vio en su vida. “Fue el teórico, en el mismo hotel, en un salón bien grande, uno en cada mesa separado. Cuatro horas y media, cinco preguntas, 60 y tantas páginas”. Ya puede uno imaginar.

La versión práctica tuvo lugar un lunes, en la Universidad Salvadoreña Alberto Masferrer, financiadora del evento. Todos los estudiantes, sin excepción, quedaron deslumbrados por los laboratorios. “No estábamos acostumbrados a esa tecnología, pero bueno, nos adaptamos y salimos adelante.

“Nos dieron el resultado durante el evento de premiación luego de varios días cayéndole atrás al profesor para que nos soplara las notas. El profe, un tipo chévere, no nos dijo ni esta boca es mía”.

Primero comenzaron, como es costumbre en estos eventos, por las menciones. Nervios. Las medallas de bronce. Más nervios. Llegaron a las preseas de plata. Más nervios aún y, en verdad, pensó que se iría como llegó cuando enunciaron los oros.

Regresar con las manos vacías a casa hubiera sido la mayor desilusión de su vida; entonces escuchó al moderador: “El oro absoluto es para…”. Y antes de oír su nombre lo supo.

Los próximos minutos serían una vorágine: algarabía, abrazos, el recibimiento de la medalla y un mar de fotógrafos. “Yo pensaba que no me iban a nombrar. Casi lloro.

“Llamó mi mamá, me llamaron amigos, me llamó más gente, casi no tuve tiempo de avisarle a nadie y a la media hora todos lo sabían. Apenas he tenido tiempo de contestar mensajes, dar las gracias a todos los que confiaron en mí y me he visto en decenas de publicaciones en Facebook y estados de WhatsApp. Me siento muy agradecido.

 “En el aeropuerto nos recibió la Ministra de Educación en persona, nos entrevistaron, hablamos de la experiencia y regresamos para la casa. En la terminal provincial me esperaban mis amigos, mi familia y la fiesta fue gigante: música, comida, bebidas, dominó”.

Por estos días, Diego toma unas merecidas vacaciones. “Igual, no creo que duren mucho (sonríe). Ya el profe Agustín me dijo que fuera a ayudarlo a la escuela en la preparación de los muchachos de décimo, que tiene 60 y pico y está muy viejito (se mofa).

“Primero me gradúo y luego sigo escalando: haré una maestría, un doctorado… Quisiera trabajar en algún lugar importante donde mis conocimientos ayuden a enriquecer de forma palpable la sociedad. Pienso en laboratorios, pero sueño en grande”.

Y quién sabe. Decía Friedrich Nietzsche que hay que ser vitalistas y buscar sin miedo lo que nos aguarda allá, donde comienza el horizonte.

Tomado de Escambray

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