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Dos nombres, una mujer

Muchos hijos de Cuba han sido víctimas de ataques terroristas. La historia de Betina Palenzuela Corcho muestra el dolor de perder a su madre por causa de un acto semejante y, a la vez, expone el valor de la mujer cubana

Dos nombres, una mujer

Betina Palenzuela Corcho. Foto: Cortesía de la entrevistada

Adriana Corcho Calleja, al igual que el resto de los mortales, desconoce su destino. Ella abraza una causa y aspira a ser útil como miembro del ministerio del Interior. Se rehúsa a aceptar el seudónimo que le han dado para cumplir una misión. No le agrada. Vuelve a hablar con quién será su superior y le dice “Betina”. Quien escucha en el otro extremo del teléfono parece no estar conforme con la decisión y le responde con una pregunta “¿Betina?”. Sí, contesta ella, sin decirle que así se llama la protagonista de un filme alemán.

Como funcionaria de la embajada cubana en España vive bajo amenazas y atentados, junto a los hijos y su esposo, con quien había estado en desacuerdo a la hora de escoger el nombre de pila sin haberse conocido más que la voz.

Dos nombres, una mujer

Adriana y sus tres hijos en España, 1971. Foto: Cortesía de la entrevistada

Es 1976 y ahora trabaja en la sede diplomática de la Isla en Lisboa, la capital de Portugal. Aquí la acompaña parte de la familia y también permanecen en estado de terror.

Ese país está convulso por la llamada Revolución de los Claveles, ocurrida el 25 abril de 1974, donde un alzamiento militar apoyado por los sectores populares le puso fin a la dictadura existente allí y al imperio colonialista que instauró a través del dominio de diferentes naciones africanas, entre ellas, Angola.

Grupos opositores de la derecha manifiestan su desición de realizar actos terroristas para desestabilizar el país, principalmente, contra quienes solidaricen con la causa anticolonialista, ya que poseen el respaldo de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos. La Mayor de las Antillas ha expresado su apoyo incondicional a la independencia del pueblo angolano.

La hija mayor, Betina, tuvo que quedarse en Cuba para comenzar los estudios de la enseñanza media. Al concluir la misión diplomática en Madrid, su padre fue designado a la embajada en Portugal. Ella se quedó bajo la custodia de los abuelos, con quienes compartía los fines de semana.

Cursa el séptimo grado becada en una secundaria del municipio de Artemisa. Con doce años recibe clases de diversas materias y cumple con labores en el campo como parte del plan de estudio. Un sistema que busca formar hombres y mujeres con conocimiento y amor por el trabajo. Aunque la disciplina ya la lleva incorporada por lo estricto que son en su casa y por ser la mayor de tres hermanos.

Pero se encuentra en un momento difícil para cualquier adolescente. Lejos de la familia debe adaptarse al reglamento de la institución, hacer nuevas amistades, enfrentar sola sus dudas y penas, hallar consuelo a través de las cartas y llamadas telefónicas.

Sin embargo, un viernes por la noche de enero de 1976 recibe una visita inesperada. Luego de recorrer un largo pasillo repara en la presencia de sus abuelos. Oculta detrás de una columna, la sorprende con una sonrisa su madre, de paso por La Habana. Así sería el útlimo encuentro entre ellas.

El atentado

Adriana despierta el jueves 22 de abril y resulta una fecha más del almanaque. Sus hijos menores, Jorge y Carlos, van hacia el colegio, y su compañero de vida y trabajo, Crescencio E. Palenzuela Páez, viaja rumbo a París. Ella acude como de costumbre a la embajada cubana en Lisboa.

Son cerca de las cuatro de la tarde y observa una maleta Samsonite abandonada en la puerta de entrada de uno de los apartamentos. Velar por la seguridad del lugar es una de sus funciones. Se acerca al objeto y detecta que sale humo.  

Ese mismo día, una profesora le comunica a Betina la noticia de que unos compañeros habían llegado para recogerla. Ella reconoce a una amiga de su madre, quien le aprieta un brazo antes de entrar al automóvil. Viaja en silencio. Supone que algo grave sucede. Piensa en su abuela, pero el subconsciente le niega creer en algo terrible. 

Adriana supone que hay un artefacto explosivo. Corre a avisarle al resto de los compañeros. Mientras evacúan el sitio, ella regresa para cumplir con el protocolo de seguridad. Una detonación de seis kilogramos de explosivos destroza algunos pisos del edificio. La onda expansiva la hace retroceder. Al golpearse en la cabeza queda sin vida.  

Dos nombres, una mujer

Fotomontaje que muestra como quedó uno de los pisos que ocupaba la embajada cubana en Portugal. En el borde superior derecho se ve el rostro de Adriana y en el extremo inferior izquierdo el de Efrén Monteagudo. Foto: Cortesía de la entrevistada

Próximos a la casa de los abuelos, le informan a Betina sobre el atentado en la embajada cubana de Portugal. Tu mamá ha muerto allí. Le dicen y ella permanece sin hablar. Cuando reacciona indaga por sus hermanos, de diez y once años cada uno. Están bien, le contestan, y la adolescente no concibe asimilar lo ocurrido. Al día siguiente ve las noticias en el televisor, las fotos en el periódico y todo le parece mentira. Habla con su padre por teléfono y solo puede preguntarle: ¿Y cómo tú estás vivo?

La casa permaneció llena de sillas ocupadas por amigos y vecinos. Una persona querida siempre estará acompañada. Adriana obtuvo el cariño de los demás por su sencillez y nobleza. Al amanecer del domingo llegó su cuerpo de 35 años a Cuba, junto al de Efrén Monteagudo Rodríguez, de 32, otro funcionario víctima de aquel atentado.

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El Comandante en Jefe Fidel Castro y, la luchadora de la clandestinidad y la Sierra Maestra, Vilma Espín, asistieron al sepelio. Foto: Cortesía de la entrevistada

Para Betina, Portugal fue por mucho tiempo no más que un trozo de cartulina con una imagen de un sitio bonito, eso, una tarjeta postal, donde perdió a su madre y, por azares de la vida, donde no perdió también a su padre y a sus hermanos, que acostumbraban a salir de la escuela e ir para la embajada a la misma hora del hecho.

A ella le resultó imposible volver a ser una muchacha como las otras. En lo adelante, los años más felices los vivió en su mente, con el recuerdo de una familia completa en España, cuando permanecían todos los días unidos.

Dos nombres, una mujer

Momento de felicidad de la familia en el apartamento donde vivieron en Madrid, 1975. Foto: Cortesía de la entrevistada

En diciembre de 2001 visitó a ese país, y caminó veinte cuadras con una temperatura bajo cero para llegar hasta el lugar que se había convertido en su mundo mientras cerraba los ojos y soñaba.

Betina había llorado antes de conocer la noticia, ya fuera por la nostalgia o una premonición, y después de saberla lloró, tal como hace ahora cuando habla sobre el tema. Siempre ha pensado que es una persona muy diferente a la que pudiera haber sido.

Ser la hermana mayor la convirtió en madre y ejemplo. Se graduó de ingeniera Eléctrica en máquinas de computadoras, y de técnica pasó a ocupar varias responsabilidades en diferentes centros.

Hoy es la directora general del Grupo Empresarial INNOMAX, perteneciente al ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, que ofrece productos y servicios de apoyo y referencia en las esfera de la ciencia, la tecnología, la innovación, la gestión del conocimiento y ambiental.

La base de sus estudios le permite dominar las nuevas tecnologías con facilidad, por eso dice sentirse tan joven como cualquier muchacho de los que consideran nativos digitales.

Ella se cataloga como una “emigrante digital”, y mientras pronuncia esta frase ríe. Pero más que los saberes la acompaña el compromiso de honrar a su madre. En Betina vive Adriana. Dos nombres que conforman a una sola mujer.

Dos nombres, una mujer

Betina con su mamá en España, 1973. Foto: Cortesía de la entrevistada

Por Boris E. González Abreut

Departamento de Comunicación del Citma

Fuente consultada:

Marylin Bobes: MONÓLOGO DE BETINA,La Habana, julio de 2002. Texto elaborado a partir del testimonio de Betina Palenzuela, quien se lo facilitó al autor de este trabajo.

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