Con cuánta razón se ha dicho, infinidad de veces, que detrás del extraordinario resultado de nuestros científicos, capaces de materializar cinco candidatos vacunales para enfrentar la terrible pandemia de la COVID-19, de los cuales dos alcanzaron la categoría de vacunas, estuvo siempre el pensamiento de Fidel.
Su visión de largo alcance sobre el papel de la ciencia en la solución de los principales problemas que habría de enfrentar la nación en el complejo camino hacia un desarrollo económico y social sostenible, fue lo que permitió ese colosal éxito que salvó al país. Su legado en este terreno tiene un extraordinario valor, al estar forjado en medio de las enormes dificultades por las que ha atravesado el proceso revolucionario cubano, en condiciones de economía subdesarrollada y bajo un asedio sin precedentes por parte de sucesivos gobiernos de Estados Unidos.
Una de las primeras pautas trazadas por el Comandante en Jefe Fidel Castro respecto a la definición de la política científica de la Revolución fue su intervención, el 15 de enero de 1960, en la Sociedad Espeleológica de Cuba, en la cual proyectó su concepción estratégica e integral sobre el rol de la ciencia, el pensamiento y la inteligencia para el desarrollo del país.
Fue allí donde expresó una idea que ha constituido el sostén y la guía del accionar científico de la nación en todos estos años: «El futuro de nuestra patria tiene que ser, necesariamente, un futuro de hombres de ciencia, tiene que ser un futuro de hombres de pensamiento».
En tales circunstancias, no es de extrañar el empeño que pusiera desde el inicio en lograr el acceso masivo del pueblo a la educación y a la cultura. Por eso, en fecha tan temprana como 1960, concibió la Campaña de Alfabetización, una genialidad del líder histórico de la Revolución, que sería base de otros proyectos.
En consecuencia con la estrategia diseñada por el héroe del Moncada, del Granma y de la Sierra, a lo largo de estos años se han dedicado múltiples esfuerzos y recursos al desarrollo de la ciencia en Cuba, de lo cual puede dar fe el despliegue de novedosos proyectos tecnológicos y de innovación, y la creación de numerosos centros científicos de prestigio mundial.
Un hito en ese empeño fue la creación de la Academia de Ciencias de Cuba en 1962, bajo una concepción integradora de todas las esferas y disciplinas de la ciencia, a lo que se unió la creación de universidades y de múltiples centros de investigación; además de otras entidades como el Fórum de Ciencia y Técnica, las Brigadas Técnicas Juveniles, y el Movimiento de Innovadores y Racionalizadores.
Mención especial merece el impulso dado por Fidel al surgimiento de diversas entidades de investigación en el campo de las ciencias biomédicas y agropecuarias, en las cuales sobresale, a partir de 1981, la creación del sector biotecnológico, antecedente de la actual fortaleza científica cubana, que ha permitido el enfrentamiento exitoso a múltiples enfermedades.
Luego, con la caída del campo socialista en la década de los años 90 del pasado siglo, y el recrudecimiento del bloqueo contra Cuba, fue necesario potenciar una economía basada en las ciencias para enfrentar los negativos impactos de los referidos fenómenos como única manera de garantizar la soberanía de la Patria.
En aquel contexto, Fidel proclamó de manera clarividente que la independencia del país dependía del desarrollo de la ciencia y la tecnología. Ante la escasez de recursos de todo tipo, sobre todo los energéticos, estimuló y potenció la producción de la inteligencia y el conocimiento, consciente de que estos factores habrían de desempeñar un rol estratégico en el desarrollo y futuro de la nación.
Fue aquella concepción, validada por acciones concretas, la que permitió, en medio de complejas circunstancias, elevar el nivel de desarrollo científico de la nación, particularmente cuando se organizaron los polos científicos a partir de 1991.
De igual manera, y como expresión de la materialización de esta línea de pensamiento de Fidel, se creó, en 1994, el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente, como herramienta institucional para la proyección y concreción de la política científico-tecnológica nacional y la protección del medio ambiente, en sintonía con las ideas expuestas por él en la Conferencia de las Naciones Unidas Sobre Medio Ambiente y Desarrollo, celebrada en Río de Janeiro en 1992, y que tanto impacto tuvieron en la comunidad internacional.
Sus esfuerzos en defensa del papel de la ciencia en el desarrollo del país y de la solución de los problemas que afectan a la sociedad fueron palpables hasta los últimos años de su vida, y constituyen un sostén en la implementación de la gestión de Gobierno basada en la ciencia y la innovación que hoy aplica la actual dirección del país.
Tomado de Granma
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