El 10 de julio de 1852 nació en La Habana Fermín Valdés Domínguez, un cubano entero y de gran valía patriótica y como ser humano integral, quien siempre será recordado gratamente como el hermano del alma de José Martí, tal y como el propio Maestro lo llamara un día por la profunda amistad que desde la niñez los unió.
A 170 años de ese acontecimiento es hermoso valorar la comunión inmediata surgida entre los dos pequeños desde las aulas de la enseñanza primaria, duradera para toda la vida, aunque hubo tiempos en que la distancia física los alejó.
Fermín y su hermano mayor habían sido acogidos como hijos en el hogar de un eclesiástico español, de gran cultura, valores éticos y buena posición económica, aunque ambos conservaron el apellido Valdés dado por la casa de beneficencia de donde procedían. Pepe Martí era el vástago mayor de un humilde y honrado funcionario hispano, asentado con su familia en La Habana.
Enseguida hicieron buenas migas los dos chicos entre los deberes escolares, los juegos del recreo y los gestos solidarios, sin importar las posibles barreras que su diferente condición social les deparara.
Tales lazos se convirtieron en hermandad en las aulas de la escuela del prestigioso Rafael María de Mendive donde se prepararon para los estudios superiores. Juntos alcanzaron, con la influencia de su excepcional maestro Mendive, la formación de sus principios y valores, sus ideales patrióticos y políticos en general cuando enrumbaron hacia la adolescencia y juventud. Juntos conocieron por primera vez el dolor de la injusticia y los castigos por amar tanto a su Patria.
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Una circunstancia aciaga, originada de manera casual, selló quizá sus destinos. En 1869 Fermín Valdés Domínguez y el joven Pepe (José Julián Martí y Pérez) provocaron la ira de los voluntarios al servicio de la corona mientras estaban en el balcón de la casa del primero.
El enojo de ese cuerpo paramilitar de bárbaros se desató por el simple hecho de escuchar reír a los adolescentes, mientras ellos recorrían la acera.
Tomando la alegría juvenil como insulto, ese hecho fortuito desató una cadena de sucesos dramáticos por los cuales Martí terminó condenado a seis años de prisión en las canteras de San Lázaro, una experiencia terrible para él, que lo marcaría en cuerpo y alma para toda la vida y haría radicalizar y madurar más su pensamiento revolucionario ya existente entonces.
Al personarse los voluntarios más tarde en la vivienda y hacer un arbitrario registro, encontraron una carta en que los jóvenes acusaban a un compañero de estudios como apóstata, por haber ingresado al cuerpo de voluntarios.
A pesar de que su compañero admitió igual que él haber sido el autor, la caligrafía de Martí inclinó la mayor culpabilidad hacia su persona. Fermín, empero, no libró del todo y tuvo que cumplir seis meses de cárcel.
Luego pasó por una experiencia demoledora, que también aceleró su crecimiento político. Cursaba estudios de medicina en La Habana cuando es implicado nuevamente en otro proceso que concluyó con el crimen monstruoso de los ocho inocentes estudiantes de medicina, sus compañeros, el 27 de noviembre de 1871.
Lo condenaron a seis años de cárcel esta vez. La amarga experiencia lo llevó en lo adelante a luchar con valentía, sin descansar, incluso durante largos años, por vindicar la memoria de aquellos niños inocentes y mártires.
Pocos años después y ya de alguna manera exiliado en España, donde terminó la carrera de medicina, escribió con el apoyo de Martí un libro de denuncia de la atrocidad cometida por las autoridades coloniales. Tanto la obra de Fermín, como el ensayo El presidio político en Cuba escrito por el Apóstol, fueron publicados en Madrid y tuvieron una gran repercusión.
Fermín y Martí coincidieron nuevamente, esta vez en la Universidad de Zaragoza, donde Pepe también se tituló en estudios de humanidades. Al finalizar tomaron rumbos diferentes. Fermín fue a ejercer su carrera en 1876 a su ciudad natal, La Habana, pero la amistad entre ambos continuó.
Muy notable y heroica en su existencia constituyó, a partir de 1894, su contribución a la planificación y desarrollo de la última guerra de independencia, organizada desde Estados Unidos y otros puntos del exilio cubano por José Martí, e iniciada en 1895.
Cuando Martí partió finalmente a reunirse con Máximo Gómez en Montecristi para dirigirse a su amada isla, Valdés Domínguez se había quedado allí para apoyar la contienda iniciada el 24 de febrero de 1895 con la recaudación de recursos. Había llegado a suelo norteño el año anterior, procedente de Cuba, y con ese fin.
La muerte en combate de su entrañable amigo, el 19 de mayo de 1895, lo compulsó a embarcarse con presteza en una expedición que salió hacia Cuba y en suelo patrio se incorporó al Ejército Libertador.
Ya en los campos de batalla de su tierra natal, por su profesión de médico se desempeñó como Jefe de Sanidad de los cuerpos militares de Las Villas y Oriente, asistió a la Asamblea Constituyente de Jimaguayú y fue ayudante del General en Jefe Máximo Gómez. Alcanzó el grado de coronel.
La guerra independentista terminó abruptamente, cuando los patriotas cubanos estaban a punto de la victoria militar, con la intervención imperialista estadounidense, que frustró la libertad tan bien ganada.
En medio de ese trágico acontecimiento Fermín Valdés Domínguez optó por vivir en su ciudad natal. No tuvo ningún cargo en el gobierno creado bajo los dictados imperiales y en 1907 integró la Junta Patriótica de La Habana, desde la cual se opuso al anexionismo reaparecido en ciertos sectores durante la segunda intervención militar de 1906 a 1909.
Falleció el 18 de junio de 1910, debido a serios quebrantos de salud por la vida azarosa que siempre había cumplido. Muchas veces se involucró en acciones políticas, de servicio a la comunidad y a una causa noble, a costa incluso de sacrificios extremos.
No caben dudas de que hasta el fin de sus días fue fiel al gran pensamiento emancipador y antiimperialista que en su gran amigo de toda la vida se había anunciado tan tempranamente.
Tomado de ACN
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