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Fidel: lecciones de vida y de amor

La vitalidad de esa herencia de ideales y valores radica en la decisión colectiva de no dejar perder las conquistas adquiridas bajo su liderazgo. Foto: Yaimí Ravelo

Las pautas del concepto de Revolución fueron, para el Comandante en Jefe, pautas de vida, de pensar y de hacer

Es sin dudas excepcional y único todo ser que, tras haber cumplido los límites de su existencia humana, se mantiene vivo. No, no se trata de una afirmación mística o religiosa, sino de una contundente verdad, que descansa en el ilimitado alcance de ciertas figuras a lo largo de la historia.

Los cubanos sabemos bien que eso es posible. Hemos tenido el privilegio de que sea esta Isla madre y cuna de personalidades capaces de transgredir la mortalidad de nuestra especie, para habitar eternamente la dimensión del pensamiento, del recuerdo, de la admiración y el amor.

Pero no es cosa simple alcanzar esa estatura. Se necesita mucho corazón, mucho temple, poner la existencia propia a favor del bien de los demás, hacer historia desde principios de humildad y justicia. Se necesita defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio, y todo eso y más, lo logró Fidel.

Cuando definió brillantemente a la Revolución, aquel inolvidable 1ro. de mayo del año 2000, sin proponérselo, sin que eso pasara jamás por su cabeza, se definió a sí mismo, porque, ser consecuente hasta el último suspiro con todo lo descrito en sus palabras, lo convirtió en un hombre inmortal e imperecedero.

Fidel: sinónimo inequívoco de Revolución

Aprendimos tanto del Comandante en Jefe, que su figura se nos dibuja a cada paso. Cómo no recordarlo cuando solo el profundo sentido del momento histórico nos ha permitido sobreponernos a las adversidades y sostener nuestras metas y expectativas.

Cómo no saberlo presente cuando ponderamos los derechos de cubanos y cubanas, la igualdad, el acompañamiento a los más desprotegidos, si para él fue siempre el ser humano el centro de esta obra y nunca, por duros que fueran los tiempos, abandonó al pueblo.

Hay mucho de Fidel cuando decimos que pese al bloqueo genocida, a los ataques perennes contra nuestro país, a la insistencia del enemigo por arrancarnos nuestra ideología patriótica, no vamos a detenernos, ni a cansarnos, ni a renunciar. Porque nuestro eterno líder nos dejó claro que debíamos emanciparnos por nosotros mismos, pero que en ese camino habría que desafiar poderosas fuerzas dominantes.

Con el ejemplo propio demostró que la modestia, el desinterés y el altruismo son valores imprescindibles, que se enriquecen si van acompañados de la solidaridad para con los demás, para con otros pueblos, para con el mundo.

De qué otra forma si no fuera por la audacia, la inteligencia y el realismo con que hacemos frente a los obstáculos, habríamos podido sostener el socialismo cubano en un mundo mayoritariamente capitalista y hegemónico, que no perdona los modos alternativos de vivir y de pensar.

Nuestra mayor fuerza ha sido y será siempre la de la verdad y de las ideas. Gracias a ellas se sostiene la unidad inquebrantable de este pueblo que, con la verdad como bandera, ha sabido edificar sus sueños de justicia, pero se ha erigido como faro de todos los que en el mundo comparten esa esperanza.

Las pautas de ese concepto de Revolución fueron para Fidel pautas de vida, de pensar y de hacer. Fueron los caminos que condujeron su andar por este mundo y que le hicieron merecedor del respeto de cuantos lo conocieron, aunque no compartieran su ideología de pensamiento.

Pero, sobre todo, fueron esas pautas las que hicieron posible algo sumamente sagrado para Cuba: nuestros principios de continuidad. Esos que nos llevaron a exclamar ¡Yo soy Fidel!, y sostenerlo, como el más preciado de los estandartes en cada una de las batallas que libramos.

La constante e innegable presencia

Nada tiene de retórica nuestra firme convicción de la sobrevida de Fidel. Por el contrario, se trata de una certeza que comprendemos muy bien los cubanos, pueblo agradecido y convencido de quién merece el privilegio de su confianza.

La vitalidad de esa herencia de ideales y valores radica en la decisión colectiva que asumimos como nación, de no dejar perder las conquistas adquiridas bajo su liderazgo, el de Raúl, y el de toda la generación que lo secundó en el empeño de sacudirle a Cuba los siglos de opresión que laceraban su dignidad.

Es por eso que los hombres y mujeres que tomaron de sus manos las banderas del socialismo sostienen que una república con todos y para el bien de todos es, y seguirá siendo, la máxima de cada día; que la vida de un revolucionario siempre implica elevadas dosis de entrega y de sacrificios.

Como lo hizo siempre Fidel, no ha habido un solo instante en el que sus continuadores se hayan apartado del pueblo. Con entereza, con paciencia, sacando fuerzas de donde solo el amor puede sacarlas, han sostenido el mismo desvelo por los problemas del pueblo, por sus preocupaciones, por sus necesidades.

Ese pueblo que nunca se ha sentido abandonado, que se sabe bajo el manto protector de la Revolución y, al mismo tiempo, protagonista de su existencia, ha respondido con unidad, con fidelidad, con madurez, con entrega, a la máxima de pensar como país.

En Cuba, el poder es popular

Fidel tiene también entre sus incontables méritos el de haber entendido desde el comienzo de sus luchas, y haber sostenido siempre, después del 1ro. de enero de 1959, que un líder revolucionario tiene que vivir como vive el pueblo, pensar como piensa el pueblo, solo así tendrá la sensibilidad suficiente para conocerlo y escucharlo.

Y ese binomio, líderes-pueblo, que jamás se ha roto, ni lo hará, es una indiscutible carta de triunfo que siempre nos acompaña, porque cada decisión, cada proyecto social, cada nuevo camino que iniciamos, lleva mucho del pensamiento y la sabiduría que se mueve entre nuestra gente.

En Cuba, el poder es popular. No es un trofeo que se exhibe desde posiciones de superioridad, no está ceñido a un cargo, no responde a millones en una cuenta de banco. Como todo aquello que hemos construido, también es un bien común, ejercido de diversas formas, pero, sobre todas las cosas, desde la visión de impulsar aquello que favorezca el bienestar colectivo.

El líder histórico de la Revolución apuntaló siempre desde su actuar, desde cada uno de sus pronunciamientos, desde el hacer cotidiano, la transparencia ante el pueblo, el deber de rendirle cuentas, pero a la vez, fomentó en las masas la convicción de que la Revolución no se hace sola, de que las obras no se construyen solas, de que lo que a todos pertenece, es, a la vez, responsabilidad de todos.

Quizá sea por eso que este pueblo no admite lo mal hecho, que no acepta nada sin pilares sostenibles y bien fundamentados. Quizá sea por eso que el pueblo siempre es parte primordial de todo lo que hace, y no desde la postura de observación pasiva, sino desde la creatividad y la participación.

Nunca estamos solos

Por muy justa y equitativa que sea una sociedad siempre habrá personas que, por las más diversas causas, quedarán en situación de vulnerabilidad en relación con los demás. La grandeza del socialismo cubano radica, precisamente, en promover el reconocimiento de esas particularidades, para que ningún ser humano, familia o comunidad quede a merced del abandono o el desamparo. También eso lo aprendimos de Fidel.

Aprendimos que no siempre el que necesita ayuda es capaz de pedirla, y por eso debe tener la Revolución los mecanismos que les permitan llegar hasta esas personas, aun si no ha existido un reclamo de ayuda. Así hemos construido nuestra propia definición de solidaridad, que se expresa en todos los ámbitos de la sociedad, dentro y fuera de nuestras fronteras. 

Pero ha sido esa máxima la que ha dado un carácter casi épico y pocas veces visto en el mundo, para no ser absoluto, a la práctica, devenida deber inalienable, de que en cada momento difícil o doloroso, las personas sientan el apoyo de sus dirigentes, el acompañamiento que ayuda a aliviar el más hondo pesar, el abrazo para fortalecer el alma.

Un cubano nunca está solo. Ese sentimiento de solidaridad, personificado en nuestros líderes, responde a un sentir colectivo porque, en este país, la alegría y el dolor se comparten por igual, así de grande es el corazón que nos habita.

Por eso agosto ha sido siempre el momento propicio para celebrar su existencia, porque a él, a sus hermanos generacionales, a la inmensa obra que nos legaron, al amor incondicional que siempre profesaron y profesan a esta Patria, les debemos las más hermosas y perdurables lecciones de vida, que nos hacen hoy, a la par, mejores revolucionarios y mejores seres humanos.

Tomado de Granma

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