Hace más de dos décadas que Carlos González González ligó su existencia a una rara especie botánica que habita en el Valle del Yumurí. Considerado como uno de los cactus más hermosos del planeta, por antojos de la naturaleza, el Melocactus Matanzanus León se reproduce únicamente en los cuabales de rocas azules de un reducido paraje en la Reserva Florística Manejada Tres Ceibas de Clavellinas.
Entre las elevaciones de la zona se le puede ver a Carlos varias veces a la semana. Aunque en honor a la verdad pocos le verán, porque hasta allí cuesta mucho llegar. Es tal el aislamiento, que el técnico de la estación biológica puede pasar horas y horas sin emitir palabras, solo escuchando el sonido de sus botas sobre el camino pedregoso.
En ocasiones realiza el recorrido en bicicleta, porque desde su casa, por allá por un lugar próximo a la Carioca, en la carretera que conduce a Corral Nuevo, puede atravesar las lomas que conforman el área.
Su importante labor transcurre muchas veces en total soledad, pero seguramente entablará alguna que otra conversación con los retoños de los Melocactus, cuando comienzan a aflorar, custodiados por las rocas y las palmeras, y siempre ante la protección casi paternal de Carlos.
Conocer el estado de las 10 colonias diseminadas en unas casi 400 hectáreas no es tarea fácil. Bien lo sabe este veterano que fungiera, por allá por el 2001, como jefe de la estación biológica, donde aún permanece 20 años después inmerso en la faena de proteger y contribuir a la propagación de esta especie, como especialista y técnico.
Ha aprendido tanto del comportamiento y taxonomía de la planta, que cuando anuncian alguna visita le piden que esté presente, porque, si bien todos los operarios y la nueva dirección de la estación dominan la tarea, allí se respetan y admiran los años que Carlos ha dedicado al trabajo de esta rareza botánica.
Él hablará sin poses academicistas ni apelando a términos rebuscados, pero que conoce todos los secretos del Melocactus nadie lo pone en duda. “Todo lo que sé lo aprendí en la teoría y la práctica”, afirma, y en su haber también se pueden enumerar varios congresos y eventos en los que ha participado como ponente.
Recuerda que en el 2005 una enfermedad asoló las colonias y, gracias a los aportes de instituciones científicas, más los conocimientos de los trabajadores de la Reserva, lograron contrarrestar la plaga que atacaba a los ejemplares.
Cuando se le escucha asegurar que en un espacio geográfico tan abarcador habitan 1 814 cactus de esa especie, uno pone en duda si realmente es posible contabilizar cada planta en colonias tan distantes unas de otras. Entonces, explica que esa es precisamente una de las funciones del grupo que allí labora: realizar un conteo frecuente de la densidad poblacional.
Por ello puede ir directo hasta el más veterano de los cactus, próximo a cumplir su mayoría de edad, lo que lo convierte en un robusto espécimen de ocho años. Aunque se trate del más viejo de la colonia, Carlos lo vio nacer y crecer, siempre velando por su crecimiento y supervivencia, lo mismo atento a la ocurrencia de un incendio forestal o la cercanía de las hierbas invasoras que pueden ralentizar el desarrollo de las colonias.
Desde una de las poblaciones donde se encuentran cientos de ellos, el técnico señala a la cuesta de una loma, donde el neófito solo alcanzará a observar la tupida vegetación; mas, el experimentado Carlos conoce la ubicación exacta de las restantes y, un poco más allá, a una distancia de kilómetros, en la vastedad, se encuentra la otra, distribuidas en puntos precisos de la extensa área que solo dominan estos afortunados trabajadores.
Quizá pocas veces lo dice, pero una que otra vez Carlos ha reconocido sin demasiada jactancia que para él representa una dicha contribuir a la protección de una planta singular que despierta la admiración de muchos. Por eso, en sus solitarios y largos recorridos, le debe embargar una sensación de satisfacción al comprender que desde el más absoluto anonimato es un guardián de la belleza.
Tomado de Girón
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