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La(s) crisis y el actual (des)orden global

Hace algo más de un año (julio 6, 2020), Granma publicaba un artículo que, con el título Crisis sistémica, pandemia y resiliencia: prospectiva e ¿ingenuidad?, trataba de avizorar el mundo que, con sus incertidumbres y aporía, aceleradamente se nos imponía.

Los nuevos y no tan nuevos escenarios que podían preverse casi desde el inicio de la pandemia continuaron confirmándose, y el calentamiento global y el cambio climático –consecuencia de la sobreexplotación de los recursos del planeta– siguieron profundizando la(s) crisis del capitalismo como sistema (que, por supuesto, incluía la de su mentalidad dominante) como consecuencia de que el último de los salvavidas utilizados para mantenerlo funcionando, el neoliberalismo, había resultado ser demasiado pesado, de plomo, que a todos nos hundía.

Y aunque los problemas, a primera vista, se manifestaban solo como económicos, más precisamente, como financieros que apenas requerían un nuevo enfoque teórico (para lo que supuestamente resultaría suficiente una Nueva Teoría Monetaria), o aún de «oferta y demanda» (que resolvería automáticamente «el mercado»), lo cierto es que la crisis fue mucho más allá,  tal como había sido previsto, incluso, por economistas de la «economía oficial».

Joseph Stiglitz, por ejemplo, entonces afirmó: «los defensores de estas teorías se niegan a aceptar que su creencia en la autorregulación de los mercados y su desestimación de las externalidades cual inexistentes o insignificantes llevaron a la desregulación… La teoría sobrevive… lo cual prueba cuán cierto es aquello de que cuando las malas ideas se arraigan, no mueren fácilmente. Si no bastó la crisis financiera de 2008 para darnos cuenta de que la desregulación de los mercados no funciona, debería bastarnos la crisis climática: el neoliberalismo provocará literalmente el fin de la civilización».

Luego de la «desregulación» de los mercados (que no funciona) y para resolver los  problemas de insuficiente demanda generados por la pandemia, la disminución de la actividad económica y la disminución de los ingresos de la población, apeló el capitalismo a la Expansión cuantitativa (QE, por su sigla en inglés), base de la llamada Teoría Monetaria Moderna, que ha sido señalada como «sucinta, elegante y de moda, pero completamente equivocada», pues termina en inflación, depreciación de la moneda, lleva a la política monetaria a un callejón sin salida y hace la deuda de los gobiernos insostenible, tanto para los emisores de divisas internacionales como para los que no, pues los últimos deberán realizar el pago –de no haber reestructuraciones y quitas significativas –con recesión y miseria.

Solo que los problemas de demanda no son los únicos en el mundo globalizado. Los cálculos (realizados considerando a las 48 principales economías, que suman un 90 % del pib del orbe) indican que, como consecuencia del cambio climático, la economía mundial puede caer hasta un 18 % si no se reduce el calentamiento global y las temperaturas suben 3,2 grados. El escenario más optimista, según estos estudios, da una caída del 4 %, aunque poniendo como condición que la temperatura global y en los marcos del Acuerdo de París, no suba más de dos grados.

A los problemas de demanda se suman los del lado de la oferta. Y aunque «no bastó la crisis financiera de 2008 para darnos cuenta de que la desregulación de los mercados no funciona»; tampoco que la Teoría Monetaria Moderna «es sucinta, elegante y de moda, pero completamente equivocada», como toda teoría equivocada, se hace evidente porque «cuando las malas ideas se arraigan, no mueren fácilmente».

Y la nueva «mala idea» que se va arraigando es el supuesto de que los problemas de suministros, incluyendo el de combustibles, de los altos precios de los productos y de su transporte, incluyendo los marítimos que se han multiplicado, de las fábricas paralizadas por falta de componentes, incluidos los microchips, aunque también por falta y encarecimiento de la energía eléctrica para la producción de la cual hay que utilizar cada vez más carbón, que no puede llegar a Europa desde Rusia por falta de los vagones comprometidos para su envío a China… y, en general, de la ruptura de los encadenamientos productivos, son solo consecuencia de la pandemia, y que, superada esta, desaparecerán, o que –como se suele leer en las redes al referirse a nuestro país–, estos solo han ocurrido en Cuba, por lo que no hay que preocuparse por ellos.

Y es que la «mala idea» parte del fundamento de que el capital financiero dejará de serlo para volver a ser capital industrial, a pesar del rol cada vez más importante de las finanzas en la economía mundial, y también del desacople que se pone de manifiesto entre economía y finanzas cuando, como de manera manifiesta se ha producido recientemente por la caída de la economía real como consecuencia de la pandemia, al propio tiempo se han producido incrementos sustanciales en los mercados bursátiles, lo que indica lógicas diferentes en los procesos de valorización del capital, aunque prevalezcan en ellos los canales financieros que, titularización y derivados mediante, más que decuplican hoy los indicadores de crecimiento de la economía productiva al compararlos con los de fines del pasado siglo.

La financierización también produjo una mayor concentración de los ingresos. Estudios realizados por la OIT demuestran que en el periodo 1970-2007 la libre circulación de capitales fue la causa principal de la reducción de los salarios en los ingresos; también los datos del fmi para un periodo similar (1970-2010) comprueban que «la apertura» financiera disminuyó la participación de los salarios en el ingreso nacional, y tendió a concentrar los mismos.

Respecto a la financierización y la concentración de la riqueza ha escrito el mismo Stiglitz, a quien ya citamos antes: «La financierización –la importancia creciente del sector financiero en la economía– ha sido esencial, no solo para la inestabilidad cada vez mayor de la economía, sino para el aumento de las desigualdades. También se ha extendido el poder monopolístico y el desarrollo de empresas con poder global de mercado (Apple, Google, Microsoft) y, en algunos casos, incluso el de empresas con más poder local de mercado (Wal-Mart, Amazon).

Suponer que los grandes monopolios y los grandes capitales que en el financierizado mundo posneoliberal y pospandemia han aumentado su papel, alcanzando beneficios nunca antes siquiera soñados, que manejan cifras gigantescas en mercados financieros en expansión, y mayores incluso que las de muchos estados nacionales, renunciarán a los privilegios y tasas de rentabilidad alcanzadas es, cuando menos, una utopía.

Vive hoy el mundo, y nosotros como parte de él, una crisis sistémica, ecológica y de valores. El enfrentamiento  a las mismas requiere de la acción concertada y mancomunada, en los marcos del multilateralismo, en función del bienestar de la humanidad, de los pueblos y no del dinero, de la convivencia y no de los excepcionalismos, de la naturaleza y no del capital, de la cooperación y no del odio, y en favor de la protección del medio ambiente, la industrialización sostenible, incentivando el uso de la energía renovable y la seguridad alimentaria, el desarrollo sustentable y la lucha contra el calentamiento global y el cam- bio climático. Tal es el camino por el cual andamos.

Tomado de Granma

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