Hoy día los meteorólogos tienen a su disposición múltiples herramientas para el diagnóstico de la situación meteorológica actual y su pronóstico. Estas van desde modernos radares y satélites que permiten no solo “ver”, sino determinar características de la atmósfera y el océano, en áreas donde no es posible tener datos in situ, hasta poderosas supercomputadoras en las que modelos numéricos simulan qué puede ocurrir en el futuro.
Sin embargo, entre todos estos avances hay métodos y formas de trabajo que se siguen utilizando de la misma manera que hace más de 100 años. Eso sí, aunque no han cambiado mucho en sus procedimientos, la modernidad ha traído ventajas en su aplicación. Un ejemplo vivo son los mapas del tiempo, que fueron la primera herramienta de diagnóstico, mediante la representación de los sistemas meteorológicos en un área.
El que más acostumbrado estamos a ver en los medios es el mapa de superficie, que representa el comportamiento del campo de la presión a nivel del mar (de ahí su nombre), aunque en él aparecen representados, además de ciclones y anticiclones (bajas o altas presiones), frentes atmosféricos, vaguadas y ondas tropicales, principalmente.
Un análisis similar se realiza en el resto de la atmósfera, en capas o niveles determinados, lo que permite a manera de “cortes” caracterizar cada uno de ellos, porque “el tiempo” no es solo lo que ocurre en la superficie, sino el producto de una serie de factores en toda la troposfera. Estos mapas se hacen usualmente en alturas aproximadas de 1500 metros (presión de referencia de 850 hectopascales), 3000 metros (presión de referencia de 700 hectopascales), 5000 metros (presión de referencia de 500 hectopascales) y 12 000 metros (presión de referencia de 200 hectopascales). Recuerde como comparación que la presión atmosférica estándar o normal es de 1013 hectopascales.
¿Cómo se hacen?
Se basan en los datos obtenidos de estaciones meteorológicas, que pueden ser tanto automáticas como operadas por observadores, a las que ya nos hemos acercado en ocasiones anteriores, e incluso hemos visto las variables principales que se registran en ellas. Estos registros se comparten internacionalmente en diferentes horarios coordinados, sumándole además las observaciones que se realizan en buques y los instrumentos montados en boyas fijas o a la deriva. Los datos en los niveles de la troposfera se registran mediante globos sonda, que se elevan llevando instrumental meteorológico, que mide estas variables en su ascenso y las transmite a tierra.
Las variables principales son presión atmosférica (ajustada a nivel del mar), dirección y fuerza (velocidad) del viento, temperatura y humedad relativa. En el caso de los mapas en los distintos niveles de la troposfera, se representará la altura a la que está esa presión de referencia, que de forma análoga a como se hace en superficie permite ubicar las “altas y bajas presiones”, un término que no es correcto usarlo en este caso, pero nos tomamos la licencia de hacerlo para ayudar a su compresión.
Aunque normalmente vemos el producto terminado, como se muestra en la imagen siguiente, el proceso incluye que los datos de cada una de las estaciones sean dibujados en el mapa para que el especialista analice los campos meteorológicos a partir de ellos; para esto se usa una simbología acordada internacionalmente.
Hace unos años esta labor se hacía completamente manual, por lo que esta primera parte del proceso podía llegar a consumir horas, un proceder en que sí se nota la influencia de las nuevas tecnologías, las cuales permiten obtener en solo segundos una imagen digital con dicha información. Sí, digital, porque otra de las “modernizaciones” que han sufrido los mapas del tiempo es el cambio de soporte, de grandes mapas de papel que requerían recursos para su correcto almacenamiento y conservación, a lo que se suma que dificultaba su diseminación.
Debajo, un ejemplo del mapa del tiempo de la noche del 12 de marzo de 1993, previo a la afectación de la “Tormenta del Siglo. En el enlace tiene un recuento de lo ocurrió en esa noche, en voz de sus protagonistas.
Con esta base, uno o varios especialistas, utilizando herramientas de dibujo comunes o especializadas, trazan las isobaras (líneas de igual presión) siguiendo el campo de vientos, ubicando además los frentes atmosféricos según las variaciones de temperatura y humedad. En algunos casos se añaden otras informaciones a esos datos, que pueden ayudar a esos fines. En sitios especializados se comparten estos mapas tal cuales, una vez terminados, incluyendo toda la información base (las observaciones meteorológicas) y el análisis de los expertos; mientras en otros de carácter más público se elimina la información base, dejando solo el fruto del análisis.
En algunos servicios meteorológicos la información base se imprime en un soporte de papel y se analiza “a lápiz” los campos y sistemas meteorológicos, para luego mediante un escáner especial digitalizar el resultado. De esta manera, aunque no se ahorran tantos recursos, se obtiene un producto final con calidad y sin el uso de herramientas informáticas muy sofisticadas.
Tomado de Cubadebate
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