Conversamos la pasada entrega acerca de los pronósticos de la temporada ciclónica, un tema que va ganando poco a poco protagonismo, aunque nos resta algo más de un mes para que esta comience oficialmente. La razón es que van saliendo durante los meses de abril y mayo los pronósticos estacionales para ese periodo.
Al consultar estas predicciones y los análisis que se hacen públicos en las redes pareciera que son sencillos estos pronósticos, que basta con analizar algunos elementos cualitativos y las cifras “salen solas”.
La mayor parte de estas proyecciones son el fruto de años de investigaciones, algunas con carácter estadístico, para hallar ciertas relaciones entre la cantidad de ciclones tropicales y las variaciones en las condiciones atmosféricas y oceánicas a nivel global de un año al otro.
Estas se combinan con modelos numéricos, para predecir la evolución de esas condiciones actuales en un periodo de varios meses; esto, por supuesto, introduce una posibilidad de error, pero por ello es que se evalúa constantemente el desempeño de dichas simulaciones para mejorarlas.
¿Cuáles son los “ingredientes” en estos pronósticos?
La componente “energética” proviene de los océanos, concretamente de la temperatura de las aguas, la cual es utilizada para “alimentar” los ciclones tropicales a través de la evaporación. Esta energía es extraída de tal forma, que incluso sistemas de gran intensidad y con lento movimiento son capaces de dejar su “huella” de temperaturas más bajas.
Por tanto, mientras más calientes estén las aguas, mayor posibilidad hay de que, si algún ciclón tropical se forma, alcance cierto desarrollo, pero no es la única condición necesaria.
Primero que todo, tiene que existir una “perturbación ciclónica” que no es más que un área de mal tiempo, que persista por un tiempo de terminado. Esta puede estar asociada o producida por algún sistema meteorológico, como puede ser una onda tropical, por ejemplo.
Incluso, teniendo condiciones en el mar favorables, tienen que, además, existir otras en la atmósfera, para que se organice y pueda llegar a convertirse en un ciclón tropical, que posteriormente se desarrolle e intensifique.
En ese punto, entra otro de los ingredientes principales de los que se habla mucho por estos días: El Niño-Oscilación del Sur (ENOS), que, como ya hemos hablado, aunque ocurre bien alejado de nuestra área geográfica, tiene sus efectos bien marcados.
Vamos a resumirlo, cuando tenemos El Niño, la fase cálida o positiva del evento, los vientos en los niveles medios y altos de la atmósfera tienden a ser más fuertes en nuestra área, lo que resulta negativo para la actividad ciclónica. Por el contrario, La Niña “no interrumpe” en la formación, ya que estos vientos son más débiles y permite que los ciclones tropicales en formación se estructuren mejor. En la fase neutral, estas condiciones son medias, algo que pudiéramos decir que no inclina la balanza ni a un lado ni al otro.
No es lo único que ocurre entre el mar y el cielo, hay otros factores que también favorecen o reducen la actividad ciclónica y que varían a lo largo de la temporada.
Algunos de ellos se comportan de manera cíclica, definiendo las diferencias que hemos visto en el comportamiento de los ciclones por meses, en los que no se forman la misma cantidad de ciclones ni estos se mueven de la misma manera. Hay otros cambios asociados a otros factores que también inciden y que son (o que pueden ser) diferentes de una temporada a la otra.
Vamos a hacer un recuento de las últimas temporadas desde 2020 hasta la fecha. En la primera se formaron 30 tormentas nombradas, estableciendo un nuevo récord histórico. Fue necesario por segunda (y última vez) utilizar las letras del alfabeto griego para nombrar aquellos ciclones que se formaron luego que la lista asignada de 21 nombres se agotara. De todas esas tormentas, 14 fueron huracanes, de los que a Cuba por suerte no le tocó ninguno.
En la temporada 2021 se formaron 21 ciclones tropicales con nombres, obligando a usar la lista completa de nombres asignada hasta la W (última inicial disponible). Nos quedamos a punto de “estrenar” la nueva lista alternativa de nombres que sustituyeron a las confusas letras del alfabeto griego. Se formaron la mitad de huracanes del año anterior e Ida le hizo una visita al occidente cubano.
El 2022 se formaron siete tormentas menos que en el año precedente;sin embargo se formó un huracán más. El occidente de Cuba todavía tiene las huellas del “infame” Idalia. En estos tres años predominaron las condiciones de La Niña y en algunos momentos cercanas a la neutralidad.
Hasta aquí se cumple al pie de la letra la relación que mencionábamos, ¿no?: temporadas ciclónicas bajo los efectos de La Niña son activas.
Sin embargo, además de la diferencia entre 2021 y 2022 en la cantidad de ciclones, hay otro aspecto que resalta si vemos las trayectorias: los pocos que se formaron en el océano Atlántico.
Si la desglosamos temporalmente por meses vemos que agosto se fue “en blanco”, detrás de un julio poco activo que hilvanó 50 días sin ciclones (del 9 de julio al 1 de septiembre). Eso sí, septiembre “explotó”, ya que en él se formaron la mitad de los ciclones de la temporada y los únicos dos huracanes de gran intensidad.
¿Qué frenó la actividad ciclónica? Otro de sus enemigos: la capa de aire sahariano, más conocido como polvo del sahara. Este elemento inhibe la actividad ciclónica en el océano Atlántico en los meses iniciales de la temporada, pero su persistencia más allá de lo habitual y altas concentraciones en el mes de agosto impidieron que este “oyera la campana”.
Vino el año 2023, quizás uno de los más interesantes, porque de los elementos principales que hemos mencionado había dos que se enfrentaban como antagonistas: El Niño y la temperatura del mar por encima de los valores históricos registrados hasta la fecha. La mayor parte de los pronósticos se inclinaron desde una temporada normal a activa y no fallaron: se formaron 19 tormentas nombradas y siete huracanes.
Cualquiera a priori diría que el mar extremadamente caliente “le ganó la pulseada” a El Niño y para colmo estableciendo algunos récords. Por primera vez se formaban dos tormentas tropicales en el océano Atlántico en un mes de junio, una de ellas más hacia el este que ninguna para esas fechas.
Luego del stand-by desde mediados de julio hasta mediados de agosto, “la campana” despertó la temporada, con 13 tormentas en poco más de un mes, un record histórico. Pero El Niño vendió bien cara su derrota: en los tres últimos meses de la temporada (septiembre, octubre y noviembre) en el mar Caribe solo se formó la efímera Depresión Tropical Veintiuno, por menos de 24 horas.
La mayor influencia del evento ENOS en el mar Caribe limitó la formación de ciclones a solo 3 en toda la temporada, “ponchando” al mes de noviembre que estuvo a punto de marcar su “rayita”. Esto último no resulta raro, ya que es un mes en que la actividad ciclónica disminuye notablemente. Algo que sí resulta poco habitual es que en el mes de octubre, el mar Caribe esté más tranquilo que el océano Atlántico, como fue el caso de la temporada pasada, en que el primero solo tuvo la ya mencionada depresión tropical, mientras que el segundo registró la formación de una tormenta tropical y un huracán.
¿Cómo va el camino hacia 2024?
La tendencia vista en el 2023, un año que marcó nuevos récords de temperaturas altas tanto en el aire como en el mar, se ha mantenido en cuanto las aguas muy calientes sobre todo el océano Atlántico norte y el mar Caribe.
En la siguiente gráfica puede verse el comportamiento de las temperaturas en los últimos 40 años en esa área, marcada por los trazos grises.
Es evidente que existe un ciclo anual que alcanza los valores más altos, precisamente durante el pico de la temporada ciclónica. La línea discontinua de trazos más pequeños indica el valor promedio, que como hemos dicho es muy importante usarlo para describir cualquier comportamiento, más allá que solo señalar un valor.
Las líneas discontinuas que se extienden a ambos lados de ese valor medio agrupan estadísticamente el comportamiento de ese periodo, que aunque podemos ver que hay años por encima y por debajo de la media, pero que caen dentro del comportamiento grupal, salvo excepciones.
La línea negra sólida es 2024, que ha llevado los registros más allá de su predecesor y no parece que vaya a cambiar en los próximos meses.
Fíjese ahora en la línea naranja, muy por encima de todos esos límites, ese fue el 2023 que ha quedado en los libros. La línea negra sólida es 2024, que ha llevado los registros más allá de su predecesor y no parece que vaya a cambiar en los próximos meses. Si la temporada anterior había energía de sobra en el mar, en este tenemos más todavía.
Por otro lado, se observa un debilitamiento del fenómeno El Niño y los modelos sugieren pudieran predominar al menos las condiciones neutrales e incluso es muy probable que pudiera alcanzarse la fase fría o La Niña, aunque no con una certeza extrema. Esto eliminaría los factores limitantes que estuvieron presentes en 2023 e incluso pudieran llegar a ser favorables para la actividad ciclónica.
De ahí que este 2024 tiene los ingredientes para ser otra temporada muy activa en cuanta a la cantidad de ciclones tropicales. Durante el próximo mes continuarán emitiéndose más predicciones, incluyendo la oficial del Instituto de Meteorología de Cuba.
Aun así, recuerde que una menor o mayor actividad ciclónica no implica directamente que el peligro de afectación disminuya o aumente, ya que con un solo ciclón basta. Así que usted, manténgase informado por las vías oficiales.
Tomado de Cubadebate
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