Desde el reconocimiento de los derechos que tienen los miembros de una familia, en el texto se observa una dirección muy clara: compartir responsabilidades entre mujeres y hombres
La cubana es una sociedad edificada sobre una profunda cultura patriarcal. Eso implica que, en correlación directa con el sexo que nos acompaña al llegar a este mundo, existan roles predeterminados, mucho antes aun de tener verdadera conciencia de género.
De acuerdo con esos patrones, ellas son las encargadas del hogar, de los hijos, son las cuidadoras por excelencia, las más débiles y sensibles; ellos, los proveedores, con total libertad para decidir sobre sus vidas, fuertes, duros.
Es una especie de manual de lo que significa ser hombre o mujer, de cuál es la manera «correcta de serlo», acentuada por siglos de desigualdades, y que, tristemente, mueve también actitudes discriminatorias para con aquellos que rompen los moldes.
Si bien es cierto que esa realidad pone a las mujeres en una situación de desventaja, incluso de vulnerabilidad frente a sus pares masculinos, también es cierto que encasilla de manera tácita a los hombres.
«No beses, no abraces, no llores, no sonrías demasiado, deja la muñeca de tu hermana, tú no tienes que hacer nada en la casa, ser infiel no está mal, cuando te moleste mucho dale un bofetón y ya»… Esas frases forman parte, en no pocas ocasiones, de su formación, y aunque no siempre se mire desde esa perspectiva, también ellos sufren presiones si eligen ser diferentes.
Hoy sabemos que hay muchas maneras de ser hombre, que se puede romper ese modelo, que existe diversidad de masculinidades.
Nuestra sociedad necesita hombres cada vez más involucrados en la crianza de sus hijos, en las responsabilidades del hogar, menos violentos, y, por qué no, más sensibles. En esa dirección se han dado muchos pasos importantes, pero el nuevo Código de las Familias que será sometido a referendo en septiembre propone un abordaje renovador y profundo.
IGUALDAD EN EL ENTORNO FAMILIAR: UN PASO NECESARIO
Desde el propio reconocimiento de los derechos que tienen los miembros de una familia, se observa una dirección muy clara: compartir responsabilidades entre mujeres y hombres, ponerlos en igualdad de condiciones para moverse en el entorno de las dinámicas familiares.
Así lo puntualiza el Código: «La igualdad plena entre mujeres y hombres, a la distribución equitativa del tiempo destinado al trabajo doméstico y de cuidado entre todos los miembros de la familia, sin sobrecargas para ninguno de ellos (…)».
Es este un importante punto de partida para deconstruir el mito de que colaborar con las tareas del hogar o contribuir al cuidado de los más vulnerables resta hombría. Por el contrario, asumir una perspectiva abierta en relación con este tema también les permitirá ser más funcionales, más independientes y, a la vez, más considerados, más humanos.
Sin embargo, no es esa una perspectiva que debe ser entendida solo por los hombres, sino también por sus madres, esposas, hijas, por la sociedad en general, para que pueda existir un cambio real, visible. Resulta imprescindible también que ese cambio se manifieste desde edades tempranas, cuando los aprendizajes se fijan para toda la vida y, generalmente, se producen las diferenciaciones de roles con relación al género.
EL DERECHO DE FORMAR UNA FAMILIA
Uno de los aspectos esenciales dentro del texto del nuevo Código es precisamente el reconocimiento de la diversidad de estructuras familiares que existen dentro de la sociedad cubana, además de la tradicional.
Es este un elemento que impacta de manera directa a los hombres cubanos, pues ya sea como padres, esposos, abuelos, tíos o hijos, desempeñan un rol determinante en el entorno familiar.
Aunque no es el caso más común, sí resulta válido reconocer que existen en la Cuba de hoy hombres que han asumido solos la crianza de uno o más hijos, que se han convertido en cuidadores de un familiar allegado y este es su única familia, o han constituido una pareja homosexual.
Ya sea por elección propia o por circunstancias de la vida, lo cierto es que también ellos forman parte de familias que no necesariamente se ciñen a patrones tradicionales, pero que no por eso dejan de estar sustentadas en el amor y el respeto.
PADRE DESDE EL PRINCIPIO
Si hacemos alusión al nombre de la campaña de Unicef que convoca a que los padres se involucren, del mismo modo que las madres, en la decisión de tener un bebé, en su crianza, en su educación, con toda la responsabilidad y la carga afectiva que ello conlleva, es precisamente porque mucho de eso puede encontrarse en el Código.
«La protección a la maternidad y la paternidad y la promoción de su desarrollo responsable» es otro de los derechos que promulga el texto, en el que queda clara, además, la definición de responsabilidad parental que incluye el conjunto de facultades, deberes y derechos que corresponden a las madres y a los padres para el cumplimiento de su función.
Sin embargo, el Código va mucho más allá de equiparar el papel de la madre y el padre biológicos en la crianza de sus hijos; pues, al identificar el afecto también como un elemento vital para la formación de lazos parentales, reconoce a madres y padres afines.
No son pocos los hombres cubanos que, al unirse a una mujer con hijos, hacen con ellos una adopción de amor, aunque no sea legal, y asumen las responsabilidades de la paternidad. Existen casos, incluso, de quienes inician una relación con una mujer en estado de gestación, y aun sabiendo que el bebé no lleva su sangre, le dan a este sus apellidos.
También el Código puntualiza elementos que favorecen la relación de los padres con sus hijos, incluso después de concluida la relación de pareja con la madre. Establecer el denominado régimen de comunicación familiar, también los pactos de responsabilidad parental relacionados con la guarda y cuidado compartidos –y en el caso de ser unilateral, garantizar una relación armónica con el no guardador–, hacen que exista un sinnúmero de posibilidades para que no se pierdan los lazos de amor y cercanía, y para que tampoco puedan ser obstaculizados.
DESAPRENDER LA VIOLENCIA POR EL BIEN DE LA FAMILIA
Lamentablemente, al interior de las familias se dan todavía manifestaciones de violencia que laceran no solo a las víctimas directas, sino la armonía familiar en general, debido a que, como señala el texto, se expresan a partir de la desigualdad jerárquica.
Si bien es cierto que no son solo los hombres quienes la ejercen, también lo es el hecho de que son responsables de muchas de sus expresiones. Lo peor es que, al no tratarse únicamente de maltrato físico, sino verbal, sicológico, económico, sexual, moral, entre otros, no siempre es reconocida a tiempo y, por ende, se carece de herramientas para hacerle frente.
Sin embargo, también es cierto que muchas veces la violencia se naturaliza, y ciertas conductas son vistas como «normales». De ahí que sea un imperativo promover entre los niños, adolescentes, y entre los propios hombres, conductas que apelen al diálogo, al respeto que se gana y no se impone, al cariño que es a todas luces más eficaz que los golpes y los gritos para educar, al entendimiento de que los más vulnerables no son inferiores, ni son culpables de su situación.
La violencia se aprende, y espacios familiares violentos son espacios idóneos para formar personas violentas. Ser varón no implica, en ningún caso, un puño de hierro para que el temor le gane el espacio al respeto.
El tema de las masculinidades encuentra abrigo en el Código de las Familias desde su diversidad, y corrobora la idea de que hombre y mujer pueden seguir construyendo, también desde el hogar, un camino de equidad y amor por un objetivo común, el bien de todas y cada una de las familias cubanas.
Tomado de Granma
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