Una noticia puede estremecer al mundo, pero a veces su impacto no es inmediato porque requiere de tiempo para que sea creíble. El fallecimiento del Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz constituyó uno de esos acontecimientos difíciles de asimilar, de los que llegan a oídos de las personas y parecen imposibles.
Unos cabizbajos, otros sin voz, algunos con la mirada perdida hacia los puntos cardinales y el nudo en la garganta y las lágrimas que deshacen el maquillaje de la serenidad.
Las horas mostraron una realidad irreversible, producto de la ley de la vida: Fidel no está, se ha ido, pensamos por un momento.
Esa noche del 25 de noviembre de 2016, cuando la noticia invadió los hogares cubanos y los de otros países, sin saberlo nos dábamos cita para un encuentro eterno con el amante de las causas justas por el bien de la humanidad.
El día 29 se reunió en la Plaza de la Revolución una multitud de pueblo, donde asistieron, además, extranjeros y mandatarios de disímiles naciones hermanas. Y al igual que un ave Fénix renació en miles quien creímos haber perdido.
“Yo soy Fidel”, se escuchó al unísono, una y otra vez, y como un personaje del realismo mágico adquirió distintas edades, rostros, profesiones y nacionalidades.
Desde entonces su presencia está aquí, mientras escribo, o allá, mientras me lees o trabajas o ayudas a alguien o ríes, canta…
Sí, el mundo se estremeció y lloró por ti, pero más aprendió de tus palabras y ejemplo.
No hay que enumerar glorias ni hazañas para recordarte, basta con seguir tus pasos por ese camino infinito de hacer revolución.
Por Boris E. González Abreut
Departamento de Comunicación del Citma
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