En el Oriente cubano, bajo los mangos de Baraguá, conversan la alta oficialidad del ejército Español y la del Mambí. De un lado, uniformes militares con medallas y entorchados, del otro, el simple, pero pulcro traje con charreteras. Es 15 de marzo de 1878.
Un mes atrás, el general Martínez Campo había logrado que un grupo de jefes de la entonces República en Armas aceptaran abandonar la lucha a partir del llamado Pacto del Zanjón, donde se le otorgaban a Cuba las mismas condiciones políticas, orgánicas y administrativas que poseía Puerto Rico.
Así como el indulto general y la libertad a los esclavos y colonos asiáticos que estaban en las filas de la Revolución. De igual manera, se le facilitaba la salida del país a quienes lo desearan, proporcionándole el gobierno español los medios para hacerlo.
Después de diez años de lucha, la Isla de Cuba continuaba con la condición de colonia y se mantenía la esclavitud; dos objetivos fundamentales que los mambises pretendían erradicar con su grito de Patria o Independencia.
El 15 de marzo de 1878, el mayor general Antonio Maceo citó a Martínez Campos a Baraguá para reafirmarle la disposición de los cubanos de continuar la gesta, porque la paz solo era posible para ellos si alcanzaban la independencia.
Junto a Maceo estaban Flor Crombret, Guillermón Moncada, Quintín Banderas y otros oficiales de prestigio dentro de las filas mambisas.
Con este acto, recogido por la historia como la Protesta de Baraguá, se salvó la honra de la nación que surgía mediante la unión del hacendado, el mulato libre, el esclavo y el extranjero que habían escogido el campo de batalla ante la falta de libertades y la explotación a que eran sometidos por vivir en una colonia.
“No nos entendemos”, le dijo Maceo a Martínez Campo. Y continuó la guerra.
En lo adelante, cuando han intentado imponerle a Cuba condiciones que mancillan su honor, la respuesta es: “No nos entendemos”.
Por Departamento de Comunicación del Citma
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