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Un tributo indeterminado y anual a la naturaleza

naturaleza
Huracán Ian.

Las comunidades humanas se han asentado siempre en sus respectivos lugres respondiendo a muy disímiles causas. La demografía, la geografía, la sociología y otras son ciencias que nos ayudan a desentrañar tales hechos con el interés de extraer de ello experiencias que nos permitan ser mejores y adaptarnos resilientemente a las condiciones de cada ecosistema, tanto natural como social y económico.

Los habitantes de Nápoles, en Italia, están condicionados por una historia telúrica que puede convertir sus vidas en una tragedia de forma inesperada en cualquier momento. Los cuerpos de congéneres de Pompeya, una comunidad vecina de hace muchos siglos, dejaron espacios en rocas que ellos enfrentaron líquidas, como lava volcánica incandescente. Sus vaciados en yeso muestran en sus últimas poses cada uno los efectos de una tragedia cuya potencialidad está presente, porque el culpable Vesubio lo está igualmente, igual que el dinosaurio del famoso cuento de Monterroso.

Nuestro caribe antillano nos ha premiado con muchas ventajas. En nuestro Archipiélago cubano el último volcán activo dejo de existir hace más de 70 millones de años y no parece que haya existido alguno en la conformación actual. No tenemos un invierno que anule las tierras para producir alimentos durante una parte del año y nos obligue a gastos enormes de energía para sobrevivir sin congelarnos. Si tenemos unas hermosas playas que nos garantizan un atractivo inmenso para nosotros mismos en momentos de ocio y para los que no las tienen, que son muchos en este mundo, que vienen a disfrutarlas y dejarnos remuneraciones por ellas.

La inmensa cantidad de energía que el sol nos regala diariamente probablemente permitiría que fuéramos autosuficientes sin quemar una gota de petróleo si la aprovecháramos en todas sus formas, desde la biomasa hasta la eólica, pasando por la fotovoltaica y otras posibles con las avanzadas tecnologías actuales. Una economía adecuada y debidamente sostenible nos permitiría que el agua dulce siempre estuviera disponible en cualquier lugar para todas nuestras necesidades. Hay muchas más ventajas reales y potenciales en ser un cubano en Cuba que sería muy largo enumerar.

Pero esa naturaleza que nos ha privilegiado cobra al menos un tributo casi todos los años: las tormentas de diverso tipo. Sobre todo, es preciso referirnos a los huracanes que suelen aparecer al menos durante la mitad de cada año, en fechas caprichosas y con recorridos muchas veces arrolladores. Tenemos también un riesgo sísmico no despreciable en varias importantes regiones del archipiélago.

La ciencia y el saber actuales nos han beneficiado mucho para no sufrir demasiado con estos riesgos. Ya podemos enterarnos de si un huracán nos va a impactar con varios días de anticipación, lo que nos permite protegernos para salvar nuestras vidas y todo aquello que pueda ser dañado. En las regiones sísmicas todavía no se puede predecir cuándo va a ocurrir un evento dañino, pero si existen muchas formas de evitar que ellos puedan destruir lo que hemos construido, haciéndolo bien.

Ante la destrucción que nos ocasiona un huracán que ha pasado recientemente por Pinar del Río y Artemisa cabe preguntarnos: ¿Usamos todo lo que se sabe para evitar esos daños? ¿Somos previsores y contamos con los huracanes en el momento de hacer cualquier obra, plantación o instalación rural o urbana?

Si se consulta la historia de los huracanes en Cuba de los últimos dos siglos se hace evidente, por ejemplo, que la región occidental de la isla principal es la más frecuentemente afectada. El extremo occidental es particular y regularmente visitado por esas arrolladoras tormentas. Es de esperar entonces que los cultivos de toda índole y sus sistemas de procesamiento ulterior en el lugar prevean de todas las formas posibles la ocurrencia de las tormentas para que no ocurran daños o estos sean mínimos. Es de esperar que las viviendas, hasta las más económicas, se construyan con inteligencia para resistir los embates de tales fenómenos. Es de esperar una cultura activa que nos permita usar de los huracanes la necesaria agua que nos traen sin o con un mínimo predecible de daños.

Las demás regiones del país están sometidas a los mismos avatares, aunque los daños sean menos frecuentes. A veces parece que por ello están más desapercibidas y cuando viene el huracán hacen muchos más estragos. Nuestra hermosa La Habana vive temiendo lo que pueda ocurrir con tantos edificios desatendidos por décadas si un huracán de gran intensidad nos atraviesa, como pareció que iba a ocurrir con “Ian” recientemente.

La defensa civil, que tantas vidas ha salvado, comienza en las escuelas para culturizarnos con nuestro ambiente y peligros naturales desde las primeras edades. Esta cultura y acción debe realizarse en todo momento y en todas las instancias de gestión económica y gubernamental. El tributo que cobra la naturaleza se puede minimizar y hasta revertir y aprovechar si se trabaja con la ciencia y la sabiduría, que para muchas cosas nos sobra. A eso se le llama “gestión de riesgos” y es para muchos, desafortunadamente, una asignatura pendiente.

¿Tiene nuestra economía, que a veces planifica tantos detalles superfluos, siempre incluido el tributo indeterminado y anual que tenemos que pagar a la naturaleza por habitarla y disfrutarla?

Tomado de Cubadebate

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